A una semana de que comience el Mundial, ¿existe alguna posibilidad de que Brasil no salga campeón del mundo? Mejor ni pensarlo, responden no solo los fanáticos locales, sino que también los que creen que el nivel de indignación social es una bomba de tiempo que tarde o temprano va a explotar.
Brasil, sin mucha discusión, tiene las mejores opciones futbolísticas para ganar el Mundial. El resto de los países en competencia mira desde un horizonte lejano. España, Argentina y Alemania surgen en teoría como los otros candidatos más "peligrosos"; alguna selección africana podría aparecer; quizás Bélgica o Rusia, si repiten el nivel mostrado en las clasificatorias... Italia, siempre y cuando se alineen los astros. Pero nadie se imagina a Brasil fuera de la final. Solo pensar que no va a estar en las semifinales sería una catástrofe. Más que en cualquiera de las recientes versiones, el protagonismo de la selección local está indivisiblemente ligado al título. Lo saben los rivales, entre ellos Chile, obligado a ganar su grupo para no toparse en octavos con la verdeamarela; lo adivinan los hinchas, lo adelanta la prensa y lo auguran los apostadores.
Paradójicamente, el contrincante de mayor peso que tendrá el Scratch es su propia gente: el enemigo interno son sus compatriotas. Las crecientes demandas por salud, educación, seguridad y trabajo de los sectores más desposeídos frente a la millonaria inversión que ha desembolsado el Estado para cumplir con los compromisos organizacionales, y la amenaza de boicotear el torneo al extremo de generar tal desgobierno que impida el desarrollo normal del certamen, componen el talón de Aquiles de Brasil.
El complejo cuadro social que enfrenta el gobierno ad portas del torneo ha sido identificado por algunos analistas como el oponente a derribar. Agotadas otras instancias de diálogo, la tesis de que solo los buenos resultados en la cancha podrán desactivar el movimiento de los indignados gana cada vez más fuerza.
Que la condición de Brasil como único gran candidato sea universalmente reconocida es un dato que a la FIFA obviamente no se le escapa. Y que la FIFA, dentro de su corrección política y esa aura de neutralidad que intenta vender, tenga el escenario social más que presente, por mucho que haya tenido roces con los organizadores locales, hace que en la medida que nos acercamos al "día D" crezcan las sospechas de que nada va a impedir la coronación brasileña. Por el bien de los locales, de la FIFA y del futuro de los torneos que se desarrollen en ambientes hostiles.
Como hace tiempo no ocurría en un Mundial, quizás desde Argentina 1978, cuando los factores exógenos propiciados por la dictadura militar tuvieron mucha injerencia en la resolución del epílogo, a partir de la próxima semana empezaremos a ver si la selección de Brasil será capaz de imponerse a sus rivales de turno y acallar la presión de un pueblo descontento. Como también podríamos presenciar hasta dónde la FIFA podría intervenir si Brasil ve amenazada la gran opción de obtener el campeonato y su fracaso desate un grave conflicto social.