El domingo no había un debate real entre monarquía y república en las calles de España, pero ayer, después de que el rey Juan Carlos I anunciara su intención de abdicar en su hijo Felipe, la polémica sobre la forma institucional del país prendió con fuerza.
La sorprendente victoria electoral de Podemos, una formación de izquierda que ha traído el populismo bolivariano a España, ha tenido mucho que ver con esta decisión. El discurso radical de esta formación es el mayor estímulo para que los demás partidos de izquierda se polaricen intentando recuperar los votos perdidos.
Podemos recibió el 26,1% de los sufragios de ex votantes de Izquierda Unida (IU) y casi el 30% del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Sin embargo, como IU también creció, todo indica que entre esta formación y Podemos han descuartizado electoralmente a los socialistas que apenas conservan poco más de tres millones de votos cuando en las generales de 2008 tenían más de 10 millones. A raíz de este descalabro, el secretario general socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, anunció su marcha.
Este es el escenario que el rey ha escogido para anunciar su abdicación. La decisión se ha precipitado porque la marcha de Rubalcaba no garantiza la estabilidad del PSOE más allá del verano (boreal). Es necesario que los socialistas y el Partido Popular unan sus fuerzas para sacar adelante el proceso legal en el Congreso. Ayer se confirmó que con IU no se puede contar, ya que atrapada en sus demonios históricos clamó por un referéndum entre monarquía y república.
Desde hace dos años existía una polémica respecto a la conveniencia de que el rey abdicara. Un sector, en el que figuran destacados miembros del gobierno de Mariano Rajoy, eran partidarios de ella como una forma de frenar la caída de popularidad que han supuesto las aventuras cinegéticas del rey con su amiga Corinna (donde se rompió una cadera) y el juicio por corrupción contra su yerno, Iñaki Urdangarin. Su mermada salud, debido a que le fue extirpado un tumor del pulmón y a una infección rebelde en la cadera herida, parecía también una poderosa razón.
Enfrente había un importante sector de la prensa y la política que consideraba que el rey no debía abdicar. Muchos recordaban una declaración que la reina Sofía le hizo hace años a la periodista Pilar Urbano: "El rey morirá en el cargo". Esto tenía sentido porque la de los Borbones es una dinastía restaurada. Interrumpida por la abdicación de Alfonso XIII, la II República y la dictadura, Juan Carlos fue designado heredero por Francisco Franco, quien lo eligió a él y no a su padre, Don Juan, para restablecer la forma monárquica de gobierno. Morir siendo rey tenía la virtud de que evocaba la trascendencia histórica de la Corona, el valor superior de todo un sistema institucional, cuya interrupción es excepcional.
Como es lógico , la abdicación, que evoca una plebeya jubilación, ha puesto de manifiesto que el rey es como cualquier otro político o ciudadano, y de ahí a la exigencia de que su investidura sea refrendada democráticamente en un país que tiene idealizado su pasado republicano solo ha mediado un paso.
John MüllerColumnista de El Mundo de Madrid