La intensa temporada de reformas nos muestra claramente que el Gobierno no se orienta a mejorar las oportunidades ni la calidad de vida de las personas más modestas. En definitiva, tanto el rendimiento tributario como la calidad y el lucro en la educación aparecen como instrumentos o pretextos para emprender una construcción social basada en premisas teóricas, es decir, ideológicas, que entregue la conducción nacional a estos planificadores de gabinete. Antiguamente, en la década revolucionaria previa al Once, se autodesignaban con el pomposo y siniestramente recordado nombre de "custodios de la conciencia de clase".
El foco de estas reformas apunta a forzar una estructuración social y política que desprecia y desvaloriza la realidad de las cosas y el valor de la vida concreta, concentrando la labor de construcción y de conducción del país en las mentes iluminadas de los "escogidos" (el Transantiago es un ejemplo a escala reducida de lo que puede ocurrir ahora). El recurso reiterado de los ministros a las afirmaciones carentes de fundamentos basados en el conocimiento y en la experiencia pervierte las palabras. Por este camino se incomunica a las personas y se las aísla en su pequeño círculo de interés, lo que derrumba la vida colectiva, sumiéndola en la anarquía y en la disolución. Así se llega al totalitarismo que niega la sociedad libre, hundiéndola en el fracaso y la miseria, tal como lo demostraron los socialismos de todos los lugares y de todas las épocas.
En la vida real la sociedad se gesta y se va puliendo y mejorando paso a paso. Esta gradualidad permite que todos participen en el perfeccionamiento del país, especialmente los más pequeños y más débiles, cuyos medios participativos son más imperceptibles. Así, la colectividad se fortalece paulatinamente y asegura una participación digna y promisoria a sus miembros. Abisma ver a los partidos de oposición absolutamente ajenos a la labor de liderar al pueblo en la defensa de su derecho a intervenir positivamente en la creación del futuro que nos concierne a todos. Por el contrario, se los ve enfrascados en naderías o, peor aún, bailando al ritmo impuesto por el Gobierno, con evidente olvido de su labor más esencial.
Los proyectos del Gobierno no son defectuosos ni improvisados. Apuntan a claras metas de control social y son impulsados por un voluntarismo planificador para someter a las personas. Es increíble que lo que ahora se nos propone como novedad ya fracasó y fue derrotado hace cuarenta años.