Con afán documental antes que sociológico, Josefina Fontecilla memoriza el paso del tiempo a través del objeto usado y encontrado. Así, el rescate de viejos cortinajes familiares, descoloridos por la acción de la luz solar, no le interesa como símbolo de antepasados y de la evolución de la sociedad chilena, sino como conceptual documento, manipulable mediante su perfecta imitación manual. Podría decirse que se trata, antes que de una rememoración nostálgica, de la objetividad fría de un contrapunto eminentemente material, aunque sujeto a las cálidas añoranzas subjetivas que pueda aplicarles el espectador. La simple elección de un objeto textil producido en serie se enfrenta, entonces, a una labor pictórica que exigió paciencia minuciosa. Si el registro de las huellas del tiempo ha sido el protagonista capital de la obra de la artista, en menor escala y dimensiones ya había ella mostrado con anterioridad pinturas que remedaban textiles, ahora vertidas en gran tamaño y sujetas al vigoroso efecto ilusorio de la comparación. A diferencia de ciertas exposiciones anteriores de otros autores, aquí el armonioso conjunto esta vez mostrado basta, pues, para dominar la amplitud particular del gran espacio arquitectónico de la sala grande de Galería Patricia Ready.
En el mismo local, pero en su altillo, los óleos de Alejandro Quiroga continúan su producción de los años más recientes. Son paisajes casi monocromos -dominan azul, negro y blanco-, mirados con no poca frecuencia a través de una bruma pareja, donde la vegetación -ante todo arbórea- convertida en densas siluetas muy oscuras sobre el primer plano resultan personajes principales. Contrastan muy bien equilibradas con cielos a la vez planos y transparentes, transmitiéndonos frialdad y quietud invernales. En algunas oportunidades emergen edificios subordinados a la presencia avasalladora de un pleno campo que se basta a sí mismo y que no requieren directa presencia humana. Ciertas telas parecen especialmente hermosas: "Araucarias en el camino", "Caminata ideal", "Zapallar", "Vamos por ese asado, compadre".
Un fotógrafo inesperado
En Praga, la bellísima capital checa, la historia de la arquitectura llega a buen puerto por intermedio del probablemente más audaz constructor contemporáneo, Frank Gehry. Su deconstructivo edificio parece no solo moverse, sino hasta bailar sobre sí mismo. Pensamos en él como precursor presunto de los "inventos" fotográficos de 2014 -Galería Artespacio-, del chileno Carlos Eguiguren Faz. Ellos permiten observar hasta qué punto puede llegar el sistema digital. De esa manera, sus visiones de la urbe actual, con sus abrumadores amontonamientos de rascacielos, se transfiguran mediante fantásticas torsiones, ondulaciones insólitas, giros violentos alrededor del propio eje. El blanco y negro se amalgaman con una o más coloraciones bien escogidas, para entregarnos estos torbellinos figurativos u, otras veces, contrastes temáticos. Sin duda, el artista sabe mirar, seleccionar, construir, imaginar hasta crear una imaginería personal, llena de sugerencias en sus grandes momentos: "Ciudad digital", "Paseo en La Habana", "Tiempo", "Ventana digital", "Barrio latino", "Estructuras de papel", "Oficina 56". Distinta, "Cobos de cuatro colores" logra perturbarnos con la armonía visual de su misma regularidad que exacerba. Por otro lado, el expositor nos propone arranques de abstracción provistos de cromatismo marcado, pero que nos parecen menos significativos.
Acrílicos sobre tela de Margarita Garcés se presentan en la planta baja de la misma galería. Son amplios panoramas marinos (2012-2014), interpretados mediante un informalismo a medio camino con lo reconocible. En varios de ellos se añaden asomos de textos manuscritos que poco agregan al mérito de las obras; más bien su concurrencia gráfica amaina los atributos pictóricos de una mano suelta y espontánea. A la inversa, convencen con mayor facilidad aquellas composiciones distribuidas en bandas horizontales y, más aún, con participación de azules. En "Ulú", no obstante, esa coloración oscurecida pesa demasiado. Por otra parte, cuando en los cuadros priman las bandas verticales e intervienen los trazos blancos -quizá buscando efecto de tempestad climática- se tiende a la confusión formal y argumental.
Galería La Sala nos propone distintos autores representados por grupos de miniaturas, pictóricas preferentemente. Vale destacar algunos nombres. Por ejemplo, la serie en doce etapas de Felipe Cooper con la pudrición gradual de una pera madura. Si bien no encarna una imagen flamante y de bien desarrollado naturalismo. De Paula Lynch, ajenos a todo cromatismo, cuelgan tres dibujos diversos y un par de óleos con escenas de filmes antiguos; su pericia lineal vuelve a manifestarse. Domingo Donoso consigue transmitirnos algo de la psicología de sus respectivos retratos, mientras Andrea Breinbuaer interesa más a través de sus construcciones, donde aparenta hacer un guiño a Mario Carreño. Por último, la personalidad de Loreto Enríquez nos parece acá menguada, sin la magia poética de sus formatos más grandes.
"Lirios II"
Josefina Fontecilla contrapone las huellas del tiempo y su prolijo remedo pictórico
"Mitad mentira/Mitad verdad"
Callados paisajes de Alejandro Quiroga, protagonizados por siluetas vigorosas de arbolados oscuros
Lugar: Galería Patricia Ready
Fecha: hasta el 13 de junio
"Hábitat"
Imaginativas torsiones arquitectónicas del fotógrafo Carlos Eguiguren
"Retina"
Panoramas marinos asociados al informalismo, de Margarita Garcés
Lugar: Galería Artespacio
Fecha: hasta el 2 de junio
"Miniaturas 2.0"
Lugar: Galería La Sala
Fecha: Hasta el 2 de junio