Quién diría que, finalmente, tras dos meses de emisión, ella aceptaría su amor. Esta semana cuando la heroína de "Las mil y una noches", la teleserie turca que desde marzo emite Mega, aceptó que se casaría con el hombre que la ha cortejado con total fidelidad, la audiencia no solo se mantuvo igual de leal, sino que llegó a casi 30 puntos, sellando el estatus de fenómeno que hace rato se le da.
Lo llamativo de esta gesta televisiva ya no es solo que los ejecutivos de Mega hayan tenido el buen ojo de comprar en mercados internacionales -y a un muy bajo costo- un enlatado que podría resultar atractivo y rentable; tampoco el hecho de que este fuera programado tan hábilmente como para movilizar un proceso de resurrección en todo el canal. Lo realmente atractivo es que la historia de Sherezade y Onur ha comprometido a audiencias que, por años, han sido educadas televisivamente en otro tipo de narrativas del amor.
Es cierto que la pareja tuvo su primer encuentro íntimo apenas iniciada la ficción, pero poco de él se pudo apreciar. No hubo jadeos, desnudos indiscretos, ni siquiera pasión. Tal como reza el subtítulo de la teleserie -"¿Venderías tu cuerpo para salvar a tu hijo?"-, la relación entre ambos fue por la necesidad de financiar una operación para el hijo de la arquitecta. Ese intercambio fue el costo que le impuso su jefe a la mujer que luego lo llegaría a enamorar.
Y estos casi dos meses, estas más de ocho semanas, por aproximadamente 40 emisiones, Onur ha estado cortejando a una mujer que, capítulo a capítulo, no cedía a sus halagos como una forma de defender su dignidad. En el camino, el mejor amigo de Onur renunció al amor que sentía por la misma mujer, como una muestra de lealtad. Y ella, la cortejada, había recibido ofertas de matrimonio, autos, viajes y valiosas pinturas como inocuos intentos de seducción.
¿Podría una historia así escribirse acá? ¿Podría una pareja amorosa de nuestras teleseries nocturnas aguantar más de una o dos semanas sin caer en la cama y exponer su desnudez? En Chile, muchas teleseries nocturnas se han jugado en el primer capítulo por impactar con desnudos femeninos frontales y masculinos de la parte posterior. La hábil edición de las escenas de sexo ha llegado ser una especialización técnica de la TV local, y con eso, generalmente, se relega a segundo plano la profundidad de la relación.
Escenas donde pasan 10 segundos sin que nadie hable o donde solo importa el sentimiento que un solitario personaje transmite con su faz, son cosas que acá parecen observarse con pavor. Algo similar sucede con el desdeño por la simpleza de la narración. En "Las mil y una noches" si los personajes dicen "Vamos a la oficina", lo más probable es que a la escena siguiente lleguen a la oficina. No hay historias intercaladas, gags de humor, ni postales urbanas que pongan vértigo al relato central.
Lo que "Las mil y una noches" ha puesto de manifiesto en la pantalla nocturna de nuestra TV es que las relaciones son más importantes que el sensacionalismo, que el efectismo o que el terror a la volatilidad de people meter . Cuando lo que se aprecia -cuando lo que vende- es la lealtad entre amigos, el respeto a la familia y la defensa de la dignidad de la mujer, es inevitable preguntarse qué estábamos consumiendo antes de que desde Turquía nos llegara este llamado de atención.