Los siglos XX y XXI son un ejemplo de coexistencia de estéticas que se superponen en el tiempo, exhibiendo una conjunción contradictoria que es uno de los sellos de la contemporaneidad. Los lenguajes no se consumen unos en pos de otros, sino que en cualquier punto aislado de la línea cronológica se aprecia la simultaneidad. El paradigma de la Nueva Música ya no es un dictum inapelable, por lo que el juicio debe apuntar a la calidad intrínseca de las obras y no a su adscripción a corrientes vanguardistas y experimentales o a posturas más conservadoras. Algo de eso se observó en el concierto de la Asociación Nacional de Compositores que se efectuó el lunes en la Sala América de la Biblioteca Nacional, el primero del ciclo titulado "ANC en Otoño".
Las gratas piezas para guitarra "Andino", "Coral" y "Son", de Jorge Martínez, son acercamientos a lo altiplánico, las "dulces sonoridades europeas" y las rítmicas caribeñas, mezclando tradición y gestos de modernidad. Igualmente, "Océanos" y "Ecos", de Ximena Matamoros, exhibieron un marcado jazz flavor de acceso fácil e inmediato. Todas estas obras fueron limpiamente ejecutadas por Ximena Matamoros.
"Nando-is", para percusión y piano, de Julio Torres, después de una impactante partida, reitera los efectismos en desmedro de la sustancia y solo permitió aquilatar la buena técnica de los intérpretes, el autor en el piano y Fernando Torres en la percusión.
De Rodrigo Herrera, se oyó su "Sonatina Cuyana", para corno y piano, la obra de mayor envergadura del programa. Rapsódica y "poliestilística", tiene momentos notables y plenos de originalidad. Tal vez faltó mayor familiaridad con el lenguaje por parte de los intérpretes y el hecho de que no se haya ejecutado completa puede haber resentido la organicidad de la composición. Nos quedó la sensación de solo haberla podido masticar esperando una nueva oportunidad para paladearla.
Lo más relevante del programa fueron los soliloquios "0+1", para oboe, de Guillermo Rifo, y "One-dimensional chant", para corno, y "Exordio", para oboe, ambas de Esteban Correa. Todas son composiciones que suplen su desnudez y austeridad con una exhaustiva exploración de posibilidades tímbricas, magníficamente realizadas por el oboísta José Luis Urquieta y el cornista Alejandro Meléndez.
Conciertos como este, permiten aquilatar el "estado del arte" y reforzar los exiguos espacios de que disponen los actuales compositores nacionales.