Cuesta creer que con la ubicuidad de la que gozan hoy "Las cuatro estaciones" de Vivaldi, hasta hace unos 60 años, no más, fueran, la obra y su compositor, unos completos desconocidos. Pero en nuestra época, este hit encabeza cuanta colección de grandes clásicos de la música en fascículos haya habido, lo tocan las orquestas más diversas, se reproduce con cientos de miles de carátulas adornadas con flores de cerezos, se silba en las calles, y hay pocos que no sientan aunque sea una fugaz certeza de que lo reconocen y les gusta.
La magnífica versión que ofreció el violinista inglés Daniel Hope con la Orquesta de L'Arte del Mondo, con Werner Ehrhardt, como concertino y director artístico, en el Teatro del Lago en Frutillar, el sábado, se hace cargo de esta popularidad. Pero su propuesta es tan inteligente, tan consciente a un tiempo del genio de Vivaldi y de la cultura contemporánea que lo ha redescubierto, que ofrece un sonido novísimo con implicaciones de alto alcance.
Hope y el conjunto de Ehrhardt, nítidos en su sonido perfecto, develaron lo más audaz y experimental que hay en Vivaldi, como en el comienzo del "Invierno" con las disonancias que las cuerdas metalizaron con un efecto escalofriante, o Hope deslizándose de una nota a otra o atacando su violín con resultados que recuerdan al más virtuoso rockero. El genial intérprete mostró las conexiones que hay entre esta música y la de compositores tan disímiles como Schnittke y Glass, a los que él conoce bien. Como si faltaran más explicaciones, el conjunto tocó, como encore , dos de las piezas de "Las cuatro estaciones recompuestas" (2012) de Max Richter, que toma material de la obra, pero lo texturiza de otra manera y le añade síncopas y reverberaciones, como si emulara a esas miles de orquestas y de teatros y discos y mp3 que, si se pudieran por un instante escuchar en conjunto, bien podrían tener el entramado que les da Richter como auténtico sonido del mundo del siglo XXI.
Hope y Andrea Keller brillaron también en el Concierto para dos violines de Bach, en los que parecieron comandar cada uno a su grupo de violines con un resultado fascinante. Antes, el Divertimento k. 136 de Mozart y la Serenata para cuerdas de Elgar.
Los clásicos son clásicos en la medida en que se los revisite con ojos nuevos y se los recree. Eso es lo que enseñó este concierto inolvidable.