Siempre es sorprendente ver a un intérprete asumir tantos personajes en un solo recital. Como si en una obra teatral, el protagonista tuviera que cambiar de identidad, idioma, voz, vestuario para asumir, en una sola función, una multitud de roles, cada uno correspondiente a una poética diferente. Y eso es lo que hacen los intérpretes musicales cuando toman la opción de ejecutar, en un solo concierto, un repertorio tan variado, que constituye un desafiante muestrario de estilos.
En el ciclo Grandes Pianistas, que el Teatro Municipal presenta con el auspicio de Radio Beethoven y Fundación Ibáñez Atkinson, el martes fue el turno del alemán Matthias Kirschnereit, que desplegó un mosaico que abarcó Schubert, Mendelssohn, Schumann, Chopin, Debussy, Ginastera y Lachenmann. Cada nombre, un universo sonoro particular.
De Mendelssohn, precedidas por una de sus 48 Canciones sin Palabras, se oyeron sus Variaciones Serias, ejemplo de síntesis clásico-romántica, postura que Kirschnereit reforzó en una mezcla de contención y bravura. En un salto al abismo, se nos revelaron las diáfanas sonoridades debussyanas con las Tres Imágenes del Libro I. Volvimos al ámbito de la pequeña pieza de salón con dos miniaturas de Schubert (incluida una curiosísima Marcha), que sirvieron de preámbulo para las Cinco Variaciones sobre un Tema de Schubert, de Helmut Lachenmann (1935), obra en la que un compositor de 21 años delata ya los rasgos idiomáticos que serán el sello de su futura producción, y que fue un gran acierto incluirla.
La primera parte terminó con el Scherzo Nº 2 de Chopin, de prodigiosa estructura y que recibió una versión de tal originalidad que debe haber causado más de un sobresalto entre los amantes de ciertas tradiciones (¿costumbres?) interpretativas.
Las "Escenas de la Infancia", de Schumann, fueron vertidas con fiel respeto a la intención del compositor: piezas "sobre la infancia" y no "para niños", en una mirada nostálgica y conmovedora. El recital terminó con la apabullante Sonata de Alberto Ginastera, que contrasta atmósferas misteriosas y salvajismos agresivos.
Si el arte de Kirschnereit pudiera definirse en pocas palabras, estas serían: claridad de un toucher sin veladuras; rigor en la indagación del sentido musical, pero sin secas aproximaciones analíticas, y carisma sin poses de virtuoso. Un notable intérprete.
Al final, el público no se movió de sus asientos y el pianista brindó encores de Chopin, Rachmaninov y Brahms.