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Cartas
Sábado 03 de mayo de 2014
Campos clínicos
Hay un aspecto de la educación superior en el que se ha reparado poco: la distribución de los campos clínicos.
Las carreras de la salud -medicina, enfermería, kinesiología, etcétera- exigen una formación tutorial, el contacto con un ejecutor de la disciplina que, en un ambiente real, enseñe y guíe al futuro médico, enfermero, kinesiólogo. Las carreras de la salud, más que cualquier otra, ejercitan esa, la forma más antigua de enseñar y de aprender.Desgraciadamente, para ejecutar esa enseñanza no basta la existencia de tutores y de alumnos, ni siquiera de recursos. Se necesita la disposición de un campo clínico diverso, donde los estudiantes pueden observar y asistir a la variedad de formas que reviste la enfermedad. Y como la enfermedad también es función de factores socioeconómicos, el ideal para la enseñanza de la medicina es acceder a campos clínicos del sistema público.
Así, si se acepta que las carreras de la salud se enseñen por parte de instituciones no estatales -algo que ya ha ocurrido, como lo prueban las escuelas de medicina acreditadas que existen- resulta imprescindible discutir, con imparcialidad, de qué forma y en base a qué procedimientos se asignará el acceso a esos servicios.
Desgraciadamente las reglas hasta hoy existentes no han producido buenos resultados. En algunos casos esas reglas han permitido asignaciones directas y, en otros, licitaciones en base a ofertas económicas. Algunos campos clínicos han sido, de esa manera, distribuidos en base a un verdadero sistema de precios. Las instituciones, necesitadas de un campo clínico, se esfuerzan por formular ofertas cada vez más ingentes, y para lograr hacerlo encarecen los aranceles, y el resultado es que las múltiples dimensiones de la tarea docente asistencial se ensombrecen.
Como suele ocurrir, la racionalidad puramente individual de las instituciones ha conducido a un resultado global que está por debajo del óptimo. Cada institución que se adjudica un campo clínico adquiere así una suerte de property right sobre el flujo de pacientes y sus enfermedades. Ese property right opera como un título para la ocupación del campo; pero también como una facultad para excluir a otras instituciones ¿Es razonable organizar de esa forma la distribución de los campos clínicos como si la experiencia de la enfermedad equivaliera a un cuasimercado en el que cada institución puja por obtener una porción sin que ninguna racionalidad tutele los bienes comunes involucrados?
A veces se insinúa que las escuelas de medicina que pertenecen a instituciones que no dependen del Estado debieran construir sus propios campos. Pero todos saben que para muchas instituciones eso no es, simplemente, posible.
Las instituciones que carecen de aportes estatales directos, que no tienen donantes, que carecen de inversores pasivos, y no cuentan con dueños indirectos ni de ninguna otra índole (la carencia de todo eso es, muchas veces, el precio que se paga por la independencia) no pueden aspirar a contar con un campo clínico de su propiedad. La situación es todavía más difícil hoy cuando la economía política del sistema de educación superior está en tránsito. Si, como se ha sugerido, el Estado financiará los aranceles, impidiendo cualquier forma de copago, entonces la posibilidad de una expansión física de las instituciones, incluidos los campos clínicos, claro está, se hará simplemente imposible.
Así las cosas -y de no resolverse este grave problema- algunas instituciones se verán puestas frente al dilema de resignarse a no impartir en el futuro programas de salud o, en cambio, a buscar financistas externos que, tarde o temprano, querrán rescatar parte de su inversión.
Ninguna de esa alternativas le hará bien al sistema.
El uso de mecanismos de mercado suele ser eficiente en la vida social para los bienes que todos aceptamos pueden intercambiarse voluntariamente. Pero en general las sociedades aceptan que hay cosas que no son parte del intercambio porque en ellas se involucran, o se arriesga involucrar, parte de la dignidad humana. Los hospitales suelen ser una de esas instituciones totales que comprometen el cuerpo y el alma de quienes se incorporan a ellas. Y la experiencia de estar allí ya es una experiencia que suele ser límite. ¿Es razonable tratar ese fenómeno renunciando a cualquier forma de racionalidad sustantiva para tratarlo como una mera cuestión procedimental de cuasimercado?
Carlos Peña
Rector UDP