En Chile nos enorgullecemos de ser ordenados, pujantes, innovadores y globalizados. Tenemos internet, televisión, celulares y autopistas. Malls por docenas. Tenemos tratados de libre comercio y nos sentamos a la mesa del club de los países ricos (la OCDE), aunque sea como espectadores por ahora. El mundo mira a Chile con interés y confianza. Pero para situarnos con autonomía en el escenario global, debemos actuar a la altura de las expectativas globales. Es por eso que los recientes informes de la UNESCO, lapidarios respecto al cuidado de dos sitios del Patrimonio de la Humanidad que existen en nuestro país –Valparaíso y 16 iglesias en Chiloé– son un balde de agua fría a nuestras pretensiones de modernidad y progreso.
Con respecto a Valparaíso, la organización internacional nos dice que nos hemos demorado demasiado en hacer poco, y que en todo caso no hemos logrado materializar una institucionalidad específica para las necesidades de protección y conservación del lugar. También nos dice que no vamos por buen camino. Prueba de ello es que aún se levantan torres de veinte pisos en el casco histórico y se promueve la construcción de un enorme centro comercial en primera línea frente al mar. En Chiloé, la aparición de un edificio de tamaño descabellado en medio de un paisaje urbano valioso y de pequeña escala, a escasa distancia de la iglesia más importante del conjunto, UNESCO nos dice lo obvio: que es inconcebible que haya ocurrido, que hay que achicar el monstruo, que hay que proteger mejor el resto, y que si no lo hacemos, arriesgamos perder la distinción.
El bochorno es nacional, no local. El Estado de Chile no ha demostrado asumir su plena responsabilidad al aceptar la declaratoria de Patrimonio de la Humanidad en estos lugares, delegando en las autoridades locales, insuficientemente preparadas, sin recursos y desprovistas de instrumentos de planificación adecuados, la gestión de nuestro patrimonio. También queda claro que no podremos avanzar sin una sólida participación de la ciudadanía en las decisiones respecto a los lugares que habitamos. Hasta ahora, el concepto de participación ciudadana ha sido mal entendido en Chile, limitándose a plebiscitos sobre proyectos ya formulados, cuando en realidad se trata de involucrar a los habitantes desde el origen mismo del problema. Así se hace en el mundo al que aspiramos semejarnos. En este sentido, los coscorrones de la UNESCO nos ayudan a sensibilizar a la opinión pública y a las autoridades sobre lo que es moderno, y a ver con claridad nuestros desafíos y metas. Dentro de todo, un avance.