La obsesión de las últimas directivas de Universidad de Chile porque el club ostente la propiedad de un estadio podría ser materia de un estudio académico. El sueño tan arraigado en nuestra idiosincrasia, "la casa propia", ha tenido históricamente en la U un carácter quimérico, y últimamente entre los administradores de Azul Azul ha sido empleado como una herramienta de propaganda para generar cercanía, credibilidad y hasta simpatía, pero que casi por defecto ha traspasado el límite de lo aguantable para convertirse en demagogia.
Ahora le tocó el turno de comprometerse con algo que parece una obligación entre sus iguales, la edificación de un estadio, al nuevo titular del club, Carlos Heller. Y el presidente del grupo Bethia lo ha hecho antes de adoptar otras medidas que los ex timoneles sí apuraron, como fueron la contratación de un técnico, el ajuste de un plantel y la fijación de ciertas políticas macro que proyecten dónde y cómo se ubicará Universidad de Chile bajo su dirección en el contexto del fútbol profesional chileno.
Heller se ha autoimpuesto una tarea gigantesca, indiscutidamente necesaria en términos de trascendencia institucional y también muy atractiva desde la perspectiva de legado personal. Pero dada la coyuntura que atraviesa la Universidad de Chile no parece de algún modo que fuera urgente. La energía de la directiva de Azul Azul, o al menos la de su presidente, parece estar dirigida a la construcción y habilitación de un recinto deportivo por sobre otros asuntos. Y la demanda que implica cumplir las exigencias legales y municipales, y otras numerosas externalidades que conlleva esta empresa inmobiliaria, es de tal magnitud que el desgaste intelectual y material puede opacar el objetivo deportivo.
El punto es que la crisis que evidenció el equipo los últimos dos meses requiere de una pronta y efectiva cirugía mayor, de una reinvención "técnico-futbolística" que tampoco garantiza el saneamiento a corto plazo. La inversión que debe hacer la U para retomar el poderío que lo llevó a ser la institución número uno de Chile y una de las más prestigiosas de Sudamérica -y sin estadio propio- si no es millonaria, es a lo menos cuantiosa. Demandante en tiempo y en dinero.
Aun cuando el éxito es incierto, porque los factores del fútbol tienen un alto componente aleatorio que no se puede adquirir con dinero, Universidad de Chile no debe descuidar el proyecto que le pueda otorgar algún rendimiento en un plazo significativamente inferior al que le va a llevar levantar un estadio. Por eso, la gran incógnita ahora que el nuevo anuncio del recinto en Carén ya está impreso y divulgado, es si la U podrá cumplir con los dos objetivos dentro de los estándares que se le exige. O si el eventual fracaso de uno no se transformará en el eximente del otro.