No pudo ser mejor la inauguración de la Temporada Internacional Fernando Rosas de la Fundación Beethoven. El martes, en el Teatro Municipal de Las Condes, estuvo a cargo de la Orquesta de Cámara de München, a las órdenes de su concertino conductor, el excelente violinista Daniel Giglberger.
Con las buenas orquestas de cuerda europeas ocurre que la inmediata fascinación del auditor es con el sonido. Esta refinada cultura sonora puede estar al servicio de grandes obras o de composiciones menores, pero el encanto es el mismo aunque no todas posean una calidad superlativa, lo que se pudo apreciar contrastando la primera obra del programa, las Cuatro Danzas Transilvanas del húngaro-suizo Sándor Veress (1907-1992), con la obra final, el maravilloso Divertimento de Béla Bartók, que tuvo una versión memorable.
Fue interesante comprobar el perfecto pendant que jugaron ambas composiciones por estar inspiradas en fuentes similares: la búsqueda de la renovación del lenguaje a través de la investigación etnomusicológica en las raíces folclóricas, aunque es claro que el trabajo con ese material deja en evidencia la diferencia que hay entre un muy buen oficio, el de Veress, y el genio puro de Bartók, quien va mucho más allá de la estilización logrando una real transfiguración de los hallazgos de las músicas autóctonas originales.
Mendelssohn compuso sus doce sinfonías para cuerdas entre los 12 y 14 años. De ellas se escuchó la Nº 10, estructurada en un solo movimiento. La inaudita precocidad del autor queda de manifiesto en esta obra que prescinde de las extensas texturas fugadas presentes en las otras sinfonías, pero que revela un absoluto dominio de la estructura al servicio de ideas contrastantes de indudable atractivo. Con obras como esta, es razonable el juicio de sus contemporáneos: "el nuevo Mozart".
Giglberger fue el solista en el Concierto Nº 4 de Haydn. Su extraordinario desempeño le confirió altura a una obra que, particularmente en el primer movimiento, tiene todas las convenciones de la época, enmarcadas en el concepto del bon goût , un arte pensado para distraer y no ofender.
Si alguien estaba pensando ¿cómo sonará Mozart con esta orquesta?, se vio recompensado. Como encore la orquesta interpretó el Presto del Divertimento K.V. 136, que fue una gloria.
Si la musicalidad dice relación con la persuasión, el "buen decir" de esta extraordinaria orquesta constituyó una lección magistral de elocuencia.