Ayer a media tarde el Festival de Viña disputaba el rating en televisión. Pasaban de las cuatro de la tarde y los cómicos callejeros Los Locos del Humor estaban en pantalla, una vez más, con la rutina que presentaron en febrero en el certamen de Viña del Mar. Más de 60 días después, CHV continuaba exprimiendo el evento televisivo que esta semana lo puso a celebrar.
Los derechos de transmisión del Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar, para sus ediciones de 2015 a 2018, fueron adjudicados nuevamente por el municipio al canal. La estación de Turner ganó la licitación con una postura calificada de "histórica", de cerca de US$ 460 millones, varios ceros por encima de su más cercano competidor, Mega; y, por cierto, mucho más arriba que los US$ 54 millones con que se lo adjudicó en el período anterior.
Las cifras abultadas -destinadas en un 70% a las arcas municipales y en un 30% a la producción del evento- explican el desenlace de la adjudicación, pero no necesariamente el interés del canal por mantener la concesión. Porque aunque CHV haya logrado administrar el evento para llegar a generar ganancias económicas, estas nunca estarán a la altura de la inversión. Entonces, si no es el dinero lo que se retribuye, hay que preguntarse cuál es el bien que persigue a tan alto costo Chilevisión.
Ser un actor relevante en el negocio televisivo y, ojalá, en el debate nacional, es lo que el canal se propuso cuando comenzó su administración bajo el mandato de Jaime de Aguirre y Pablo Morales, y con el ex Presidente Sebastián Piñera en la propiedad. Esa meta nunca ha sido lograda del todo, y vaya que se han realizado esfuerzos para su consecución.
CHV ha liderado el rating , pero siempre enfrentando críticas por la calidad de su programación; el canal tiene un noticiario competitivo, pero siempre cuestionado por su corte policial; la estación ha querido armar su propia área dramática con nombres históricos como Vicente Sabatini detrás, pero su desempeño ha sido irregular; CHV también se hizo con los derechos de transmisión de los partidos de la selección nacional, pero el año pasado los perdió cuando el renovado Mega también puso millones de dólares a competir. La última estocada vino desde TVN, que le quitó los derechos de transmisión y organización del Festival del Huaso de Olmué, un certamen que ciertamente el canal privado había logrado revitalizar.
Entonces, frente a este escenario, a CHV no le quedaba más que la defensa del honor. Si no ejercía su valer en la licitación del Festival de Viña, francamente su situación habría sido de desolación. Y esa sensación no solo vendría por la derrota, sino que por el despecho de no ser apreciado por lo que se trabajó en el período anterior: porque más allá de los gustos personales y de toda consideración de élite hacia un fenómeno popular, hay que reconocer que Chilevisión revalorizó el festival.
La consolidación de la gala de apertura como un evento televisivo -no necesariamente festivalero-, la efectiva internacionalización gracias a acuerdos con señales como A&E y TV azteca, el casi exterminio de los shows de relleno y la mejora de los estándares para los invitados internacionales, particularmente los anglo, son parte de esa positiva evaluación.
CHV necesita el Festival y el festival -ese evento que marca a generaciones de televidentes del país- necesita un canal que lo ayude a relevar el tipo de aporte que hace al debate nacional. Para demostrar que esta puede ser una sociedad perfecta, para evitar que un humor de dudoso gusto permanezca por meses en la pantalla del televisor, aún tenemos cuatro años más de observación.