De la mano de un italiano de pura sangre, Rossini, y de un alemán de 24 años, Mendelssohn, la Orquesta Sinfónica de Chile, conducida por Alejandra Urrutia, hizo el viernes un recorrido por la Bella Italia, título del programa.
La obertura "La Gazza ladra" (La urraca ladrona), de Rossini, es una pieza archiconocida, pero no por su popularidad es menos difícil de ejecutar. Los fuegos de artificio orquestales, derivados de los malabarismos del bel canto , ponen a prueba las destrezas instrumentales. Después de la gloriosa marcha inicial, los ejecutantes rivalizan en virtuosismo y dan paso a una música radiante. Las maderas se lucieron, a veces tímidas, pero los cornos no estuvieron en su día. La directora optó por un enfoque mozartiano, elegante pero a veces falto de desparpajo.
Rossini dejó de componer óperas a los 37 años (murió de 76 años) y después de tomar esa insólita decisión, solo produjo dos obras importantes: el "Stabat mater" (1842) y la "Petite messe solennelle" (1863). Esta última, junto a otras obras, fue tildada por el compositor como "pecado de vejez". Fue un tiempo en que, anticipándose a Satie, compuso obras de regocijantes títulos: "Preludio convulsivo", "Preludio petulante", "Estudio asmático"... De esas obras para piano, Respighi seleccionó algunas y las trató muy libremente para conformar los cuatro movimientos de su suite "Rossiniana". El resultado del trasvasije es una música que no es ni Rossini ni Respighi. Sacadas del espacio íntimo del salón, las piezas se revisten de un suntuoso ropaje orquestal (sello de Respighi) que no basta para redimir el carácter anodino de una música que sólo alcanza cierta altura en el segundo movimiento y en la tarantella final.
La Sinfonía Italiana, de Mendelssohn, es fiel ejemplo de su escritura transparente y diáfana. La orquesta acometió con decisión la fogosidad del inicio y las maderas salieron airosas de los pasajes con notas repetidas. En el segundo y tercer movimiento, faltó un estudio más acucioso en cuando a flexibilidad y fraseo, y la lectura resultó plana. La orquesta se despidió con un saltarello exuberante (notables los pasajes imitativos de las cuerdas), que provocó una gran ovación.
Alejandra Urrutia demostró una vez más una feliz combinación de finura y fuerza, pero le hemos escuchado conciertos en que esas virtudes han sido más evidentes.