Una de las caricaturas más propias de la derecha es que ella se opone a los cambios.
El propio origen de la palabra vendría de aquella votación realizada tras la Revolución Francesa en que los partidarios del statu quo se sentaron "a la derecha". Y si bien es posible ampliar mucho más su definición y asociarla a los "liberales" que desde mucho antes invocaban la libertad individual, de alguna u otra forma el estigma ha sido asociado a ello.
Lamentablemente la realidad colabora. Basta con recordar que en Chile la derecha surgió, precisamente, como reacción al surgimiento de los partidos de izquierda en los años 20. Y en las últimas décadas su oposición a los cambios ha sido evidente: El 88 se volcó en masa a apoyar la continuación de la dictadura bajo el lema "el SI o el caos". Llegada la democracia, gran parte de la derecha se opuso a las reformas propuestas por Aylwin, nuevamente enarbolando el cuento del lobo.
El mismo guión siguió apareciendo en distintas materias, aunque hoy parezcan insólitas. Basta con recordar la oposición a suprimir la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos, porque ello supondría el fin del matrimonio. Qué decir de la ley de divorcio, donde gracias a la oposición de gran parte de la derecha, Chile fue el penúltimo país occidental en aceptarlo. Y así suma y sigue. La píldora del día después, el aborto terapéutico, etc.
Para peor, gran parte de la derecha se ha cuadrado con los cuentos del lobo de los grupos de interés, alineándose históricamente en forma acrítica con el discurso empresarial de que "no es el momento para cambiar las cosas", o con el discurso eclesiástico de que cualquier modificación supondrá la llegada de alguna de las siete plagas de Egipto.
El conservadurismo ha puesto sombra sobre las bondades del discurso de derecha en términos de libertad individual, limitación del poder del Estado y un mejor orden social. Y si bien en el mundo hace tiempo la derecha se ha ido renovando, en Chile -salvo Piñera y unos pocos más- el reaccionarismo ha sido la tónica.
Es posible que esta vez el lobo sí esté llegando a Chile -aunque todavía no sepamos su ferocidad, el filo de sus dientes ni el hambre que traiga- propiciando cambios que serán más perjudiciales que beneficiosos.
En educación, por ejemplo, ¿no será el lobo que -cargado de utopía- cree que la universidad estatal representará el alma de Chile? En materia tributaria, ¿no será el lobo el que -con problemas a la vista- no se da cuenta de que duplicar el impuesto a las empresas en cinco años necesariamente tiene efectos? En materia constitucional, ¿no será el lobo el que -con irresponsabilidad- en vez de corregir un modelo que ha sido ejemplo en el mundo, plantea eliminarlo?
Nuevamente la derecha sólo se ha limitado a anunciar a los cuatro vientos la catástrofe. Y, una vez más, las propuestas alternativas prácticamente no han existido. ¿Cómo se da más equidad al sistema tributario? ¿Cómo se termina con el escándalo de la elusión? ¿Cómo se combate la segregación educacional? ¿Cómo se mejora su calidad? ¿Cómo se reemplazan enclaves autoritarios de la actual Constitución?
Ya es tarde. La derecha no sólo no tiene los votos, sino que parece ser difícil que le crean que, esta vez, los cambios sí pueden ser perjudiciales. De nada le servirá decir que miren el mundo. Poco importará que el nuevo Primer Ministro francés diga que la izquierda debe cambiar su discurso. Ni siquiera servirá pedir que lean las reflexiones de Pepe Mujica respecto de "las bondades" del capitalismo.
Solo la sensatez de un grupo cada vez más minoritario al interior de la Nueva Mayoría puede -al estilo del Principito, de Saint-Exupéry- domesticar al lobo si es que llega. Escalona, en Tolerancia Cero, mostró esa intención. Pero no parecen ser muchos.
Mientras tanto, es posible que el lobo se venga aproximando. E incluso es posible que lo esté haciendo a bordo de una retroexcavadora...