Me encuentro con un amigo en la terraza de un café. Debe hacer unos quince años que no lo he visto. Me cuenta que está casi a punto de terminar su novela. Cuando lo dejé de ver ya estaba escribiendo esa novela. Le pregunto ahora: ¿la misma? La misma, me responde. Hasta aquí, nada de particular. Personas que dedican diez o veinte años de sus vidas a escribir su primera novela las hay por miles. Yo, ahora mismo, si me pongo a contar, tengo por lo menos cinco amigos que llevan más de diez años escribiendo su primera novela. Alguien ajeno a la escritura -por ejemplo, un lector sin pretensiones de pasar "del otro lado", o sea del lugar del lector al del escritor- podría pensar de inmediato que estas personas que dedican parte considerable de sus vidas a escribir una primera novela son escritores fracasados o, en todo caso, gente a la que le gusta perder el tiempo. Esto no tiene nada de vergonzoso: en la vida se puede ser un buen ingeniero, un buen médico, un buen profesor... y ser un escritor fracasado, esto es, un escritor que nunca logra terminar una primera novela, o un escritor que la termina, pero que nunca la publica. También se puede ser un buen escritor... y ser un escritor fracasado.
Si consideramos que la noción de éxito en nuestra cultura, de éxito literario, está íntimamente ligada a la publicación y la difusión de una obra y, por ende, al dinero y, aspecto no menor, a la imagen social que esa obra devenga sobre su autor, podríamos decir, por oposición, que un escritor fracasado es aquel que -dedicándose a la escritura- no logra publicar, ni por lo tanto hacerse un nombre en el campo literario, ni tampoco, obviamente, ganar dinero y/o posición social, puesto que justamente no hay manifestación social alguna de dicha obra. Tengo, pues, unos cinco amigos que pueden ser considerados escritores fracasados. Lo mismo deben haber opinado quienes conocieron a Henry Miller antes de que se estableciera en París y comenzara a publicar sus novelas: un tipo que perdía el tiempo en Nueva York pensando en las novelas que escribiría. Y lo mismo se decían los familiares de Marcel Proust antes de que diera a la imprenta, a los cuarenta y dos años, la primera novela de la saga que lo hizo famoso. Y nadie, por supuesto, tiene por qué acordarse de Ettore Schmitz, más conocido como Italo Svevo, autor de una nutrida obra y de esa magnífica novela que es La conciencia de Zeno , primero traducida y reconocida en Francia, gracias a la intercesión de su amigo James Joyce, cuando su autor tenía "solo" sesenta y dos años. Ni hablar, por cierto, del propio Joyce, que se pasó la vida errando de trabajo en trabajo y de ciudad en ciudad, luchando contra la intelligentsia irlandesa y lidiando con ese monstruo que es el Ulises , que vino a publicar poco antes de su muerte.
¿Miller, Svevo, Proust, Joyce habrán tenido conciencia de ser unos perdedores? Probablemente sí, probablemente no, poco importa. Lo esencial es que perdieron años de sus vidas; es más, podríamos decir que perdieron sus vidas, pensando, imaginando, levantando enseguida esos edificios que fueron sus obras. Cuando le preguntaron a Neruda, tras la concesión del Nobel, qué les recomendaría a los poetas jóvenes, dijo: que sepan perder el tiempo. No es una boutade , sino un sincero consejo de alguien que sabía que el oficio de escritor está enraizado en la vida. Quien no ha vivido, no puede escribir. ¿Y qué es vivir sino perder el tiempo?
A la lógica de la sociedad industriosa y burguesa según la cual el tiempo es oro, Baudelaire opuso la del poeta que deambula por la ciudad y por la vida -el flâneur -, porque su escritura está hecha de esos materiales. Balzac, por ejemplo, que escribía dieciocho horas al día, se daba tiempo para recorrer París, en busca de los personajes que poblarían La comedia humana . Y es que la literatura es, ante todo, escritura, y toda escritura auténtica tiende a fundar una realidad paralela, que suele ser contraria a la lógica rentabilista (de otro modo, no merece la pena). No por nada Lacan hablaba de " poubellisation" , para referirse a la publicación ( poubelle significa basurero). A lo mejor, uno de esos amigos míos es Joyce o Proust. Y si no, poco importa.