Si Chile juega como lo hizo frente a Alemania, es muy difícil que no clasifique para la segunda ronda en el Mundial. No se trata de un consuelo menor por la caída de ayer, sino que de meras probabilidades. Conservando el nivel, sobre todo esa intensidad desbordante para recuperar el balón y una persistencia incansable para volcarse en ofensiva, muy pocas veces vista en un equipo nacional, la selección no debería salir derrotada como lo hizo en Stuttgart. Tendrían que suceder hechos completamente anormales en una cancha como para no vencer a un oponente inferior (Australia), otro similar (Holanda) y quizás uno superior (España) a los germanos.
Sigamos con las probabilidades: igualando el rendimiento en Alemania, la selección a lo menos debería anotar un gol por partido en Brasil. Lo de ayer, ofensivamente hablando, fue notoria impericia, aunque también infortunio. Lo primero debe preocupar, pero se puede subsanar porque hay materia prima. Están los recursos, pese a que se sostenga que no hay especialistas. Lo segundo se supera porque tampoco es eterno. Lo relevante es que la generación de ataque fue tan diversa como la manera de quienes se internaron en el área contraria: Sánchez enganchado unos metros y regateando a quien se le cruzara; Vidal apareciendo por sorpresa en balones aéreos y llegando a capturar centros siempre con la pelota por delante; Vargas generando espacio con diagonales y disputando el centímetro cuerpo a cuerpo con los centrales; Beausejour, Aránguiz, Gutiérrez e Isla asociándose por los costados con coordinación y profundidad. Todo, a cien por hora, de principio a fin, en una presentación a ratos admirable, incluso por sobre el nivel que el equipo exhibió con Marcelo Bielsa.
En la confianza está el peligro es un aforismo que el fútbol chileno conoce de memoria. Pero sería muy mezquino no ponerse algo optimista por esta presentación de Chile. La selección sorteó las bajas de Bravo, Mena y Díaz e improvisó una zona de volantes que dinamizó el ritmo de juego sin pausas innecesarias, no entregó ni rifó el balón gratuitamente, cometió pocas faltas y se desacomodó solo cuando los volantes que iban por las bandas fueron sorprendidos con salidas contrarias por sus espaldas. Las aprensiones por la presencia titular de Francisco Silva y Felipe Gutiérrez desaparecieron en el balance final, y nadie puede criticar que la última línea, salvo desajustes muy puntuales, mostró fallas posicionales propias de las virtudes ajenas. ¿El gol? Responsabilidad de una doble marca ineficaz del habilitador, pero también mérito del goleador, en una de las dos acciones profundas de Alemania durante todo el partido.
El resultado es malo si se procesa como dato aislado, como lo registrará la historia estadística, porque con los años serán contados los que se recordarán de los notables pasajes de Chile jugando de visita frente a una de las dos mejores selecciones europeas, que también debe ser una de las cuatro más poderosas del mundo. Pero a menos de 100 días del Mundial, la perspectiva es otra, más integral, inmediata y enfocada a ese "grupo de la muerte" que protagoniza Chile. Ese análisis, que no les suele importar a los hinchas, enciclopedistas y resultadistas, arroja que la selección de Sampaoli mucho más que lamentar una derrota ajustada, suma minutos de alto nivel futbolístico a un potencial que aún no parece tocar techo. Y que puede alcanzarlo, como si fuera un paroxismo, en las canchas de Brasil.