De los barristas que han hecho de su pasión una forma de subsistencia al borde de lo legal no puede esperarse nada bueno. Que ahora apliquen la extorsión pública, manifiesta y desvergonzada, para que se les garantice su presencia en el estadio como ellos quieren que sea, es solo una nueva variante de manipulación, otra advertencia que están ganando la pelea y que las autoridades de gobierno y los directivos de los clubes están sumidos en su ineficacia.
El tema es cíclico desde hace casi dos décadas y la prensa ha sido testigo y denunciante de sucesos dignos de una tragicomedia. A saber, tres fases identificables: la etapa de la evangelización a través de una integración socio-educacional espuria, como pretendió en su momento René Orozco, fue una enorme pérdida de tiempo y recursos. La conformación de una alianza, empoderarlos y enriquecerlos para así gobernar el club sin contrapeso y emplearlos como el brazo armado, que fue lo que hizo Colo Colo antes de su quiebra, terminó siendo un verdadero culatazo del que hasta hoy se sufren nefastas consecuencias. Darles un sentido de pertenencia, incorporarlos como si fueran un cuerpo social orgánico, estructurado y confiable, como postularon algunos teóricos a fines del siglo pasado, resultó un completo fracaso porque ni los clubes tuvieron capacidad y ganas de hacerlo ni los hinchas interés en ser tratados como material de investigación sociológica.
Nadie le dio el palo al gato como para resolver el tema, y vaya que corrieron palos durante estos años. También cuchillazos, balas, bengalas, atropellos, agresiones brutales y muertes, todo lo que uno pueda imaginarse y más (solo falta una amenaza de bomba o la explosión de una en un estadio, que, acuérdese, ya va a llegar).
El fútbol chileno ha seguido su curso paralelo con este fenómeno de convivencia. Los nuevos dueños de los clubes transformados en sociedades anónimas deportivas heredaron la carga de este peso muerto que son los barristas, sin ninguna voluntad política para combatirlos, porque ciertamente captaron que la inversión financiera era altísima, el riesgo personal y familiar, inconmensurable, y la ganancia, marginal; salvo mejorar un espectáculo que además tiene en el Canal del Fútbol una garantía de éxito económico.
Las políticas gubernamentales fracasaron tristemente. La Ley de Violencia en los Estadios fue y es letra muerta, salvo que caiga un hincha ingenuo, carente de experiencia y sin asesoría básica, que eventualmente sea detenido en flagrancia y en el tribunal le toque un fiscal verdaderamente dedicado, con pruebas contundentes, testigos corajudos, un defensor incompetente y un juez no garantista.
El subproducto de la ley, Estadio Seguro, es el súmmum de la buena intención. Pero parte de una premisa errada: les entrega a los clubes la responsabilidad en los recintos, cuando debería ser lo contrario, quitarles la carga de la seguridad de los espectáculos, cobrarles monetariamente por cada gasto que la implementación del plan incurra y castigarlos institucional y deportivamente con drasticidad cada vez que no cumplan con las exigencias legales. A propósito: dadas las últimas imágenes en Quillota, es urgente encontrar la fórmula que permita a los carabineros percibir una glosa, bonificación, suplemento, sobresueldo, turno, llámelo como quiera, cada vez que deba hacer su trabajo al interior del estadio, para preparar al personal y que sus miembros no sean víctimas de una paliza pública. (Como para que tampoco quede la impresión de que los uniformados se envalentonan y activan solo cuando están en superioridad numérica y el "rival" es un estudiante o un grupo de borrachos).
Frente a esta tormenta perfecta para que los barristas violentos sigan escalando, lo que cabe es la resignación. Pura y dura. Porque sentarse a esperar que los dirigentes de los clubes hagan algo es lo mismo que intentar rehabilitar socialmente a los líderes de Los de Abajo, Los Panzers, Garra Blanca y un largo etcétera. Ambos cargan la misma culpabilidad, unos por omisión y otros por acción. La feroz diferencia es que los barristas sí saben lo que quieren y cómo llegar a obtenerlo.