De pronto, los inversionistas se han desencantado de las llamadas economías emergentes. Ante la recuperación que experimenta Estados Unidos y la probable alza en sus tasas de interés, las perspectivas que ellas ofrecen lucen poco atrayentes, cuando no francamente inquietantes. Mientras China ha debido moderar su crecimiento -al aún envidiable ritmo de 7,5% anual-, en Brasil e India la amenaza inflacionaria parece extinguir su sueño de prosperidad fácil, Turquía se sume en severa crisis financiera y política, y Argentina y Venezuela conocen una vez más el amargo desenlace de toda aventura populista. La consiguiente fuga de capitales precipita fuertes caídas bursátiles y depreciaciones cambiarias.
En Chile, también el dólar sube y la bolsa cae. Hay temor a que concluya la larga bonanza del cobre, que tanto nos ha beneficiado. Pero el metal rojo aún se mantiene a buen precio. Nuestras cuentas fiscales y financieras son saludables y nos hemos apertrechado de suficientes reservas. ¿Por qué entonces el súbito brote de desconfianza en nuestras perspectivas?
En un escenario adverso al mundo emergente, como el que comienza a perfilarse, Chile solo puede prosperar si mantiene un clima distintivamente favorable a la inversión y la productividad. Se han hecho importantes avances en los últimos años, pero los injustificados retrasos en las aprobaciones de los grandes proyectos de inversión (cuyo caso más emblemático es HidroAysén, recientemente postergado una vez más) y en las medidas pro competitividad, han terminado decepcionando las expectativas empresariales y frenando la inversión. A ello se agregan los desalentadores anuncios contenidos en el programa del nuevo gobierno, que elevarían los impuestos sobre las rentas del capital y propiciarían cambios constitucionales que minarían la protección al derecho de propiedad.
Como reflejo de todo ello sube el dólar en Chile. Es cierto que su alza tiene la virtud de ayudar a la competitividad de nuestros exportadores. Pero sirve solo si los costos se mantienen a raya. La inflación por ahora sigue en calma, pero es dudoso que con un dólar a $550 ello pueda durar mucho más. El Banco Central ha insinuado su intención de seguir rebajando los intereses para reanimar la decaída inversión, los bonos de largo plazo han anticipado ese anuncio y rebajado su rendimiento a niveles mínimos. Esto también impulsa el alza del dólar. Cuidado con errar el diagnóstico: la competitividad real se construye con medidas reales en favor de la productividad. Una depreciación excesiva de la moneda es capaz de despertar a la inflación.
Juan Andrés Fontaine