Hace exactamente un año, el cuerpo de Deportes de "El Mercurio" titulaba: "Christian Garín reescribe la historia del tenis chileno en Viña del Mar". Garín, quien aún no cumplía 17 años, se había transformado en el jugador nacional que más joven había (y ha) ganado un partido en un torneo de ATP luego de vencer en dos sets al serbio Dusan Lajovic.
Las referencias sobre el contexto de la proeza abundaron: desde 2009 que nadie repetía esa gracia en el circuito de profesionales; ni Federer ni Djokovic pudieron hacerlo a la edad del chileno, cuyo récord en Viña era similar al que alguna vez cumplieron Rafael Nadal y Richard Gasquet. Garín ingresaba a la lista de los 5 jugadores que en este siglo había vencido en un ATP con menos de 17 años. De los elogios, ni hablar: a Jaime Fillol lo sorprendía "su frialdad en los momentos clave"; a Belus Prajoux, "la sapiencia para jugar". Garín era más que promesa, una realidad; más que proyecto, una verdad.
No alcanzó a pasar un año y el mismo Garín hoy es protagonista de "la peor derrota de Chile en la historia de la Copa Davis", tras caer ante Barbados y descender por primera vez a la tercera división de la Zona Americana. El otrora sucesor de Ríos, González y Massú perdió el día del debut ante los caribeños y después haciendo dupla con Aguilar. "No sabe manejar la tensión", "lo tiraron a los leones", "le falta estirpe copera" fueron algunas de las conclusiones dirigidas a Garín, cuyo palmarés en la Davis es por cierto pésimo (un triunfo, seis derrotas). En 363 días de la realidad volvimos a la promesa; de la verdad, al proyecto.
Aunque los impulsos frente a las variaciones pendulares en los resultados de los deportistas es similar en todas partes, e incluso en países desarrollados deportivamente la conversión puede llegar a ser más brutal, hay que reconocer que los ciclos de altas y bajas en el tenis nacional son parte de su ADN. Lo que turba es que los que se supone más saben y, por lo tanto, adoptan las decisiones, son los que más rápido sucumben ante la necesidad de apurar la renovación, de acelerar el crecimiento, de mostrar éxitos y reencantar a una afición que se desmotivó y se quedó pegada en el pasado exitoso.
Más que responsabilizar a la federación y a la dupla Massú-Ríos por esta inclasificable derrota ante Barbados, el equipo técnico-directivo tiene que salir a contrarrestar el daño colateral que el episodio traerá en cada uno de los jugadores y a generar una política que no conspire contra la lógica evolución de sus figuras, en especial en el caso de Garín y también en el de Gonzalo Lama.
El argumento de que no hay mucho de donde agarrarse en nuestro frágil tenis es muy consistente, pero aún más grave es cortar las raíces de quienes las están comenzando a engrosar para salvar urgencias inmediatas, sobre todo financieras. Porque ninguno de quienes hoy son parte de la nueva camada tiene la culpa de que el recambio generacional de Ríos, González y Massú no haya dado los frutos esperados y hayan sido jubilados antes de tiempo.