¿Cuál es la razón por la que Ángel Botto sigue presidiendo el Tribunal de Disciplina del fútbol chileno después de dos décadas? ¿Son tan imparciales, justos y fundamentados sus dictámenes que todos los clubes quedan satisfechos? ¿Es sano para la transparencia del fútbol chileno que por tantos años siga en el puesto? ¿No hay nadie dispuesto a reemplazarlo?
En cualquier parte del mundo, a Botto le habrían entregado una bandeja de reconocimiento por el aporte en la jurisprudencia futbolística, y se habría dado paso al recambio lógico de quienes deben impartir justicia. Pero, obstinadamente, Botto ha seguido en su cargo, impidiendo que otros personeros le den una nueva impronta al Tribunal, y también manifestando conductas que generan ruido respecto a sus vinculaciones con los clubes.
Tal como lo denunció Marco Antonio Cumsille el pasado martes en su columna, la carta que Botto envió a la FIFA es un incidente grave. Botto afirmó en ella que el diseño de la camiseta de Palestino y su alusión al territorio de la inmigración árabe revestía un carácter político. Es decir, calificó el rasgo del hecho y emitió un juicio antes de someter y fallar los antecedentes en su mérito. Y, además, solicitó un pronunciamiento de la FIFA a nombre de la Federación de Fútbol, cuando en realidad él no detenta autoridad federativa alguna, porque en su cargo solo se vincula con la ANFP.
Sin especular sobre las intenciones que tenía Botto al enviar la carta a la FIFA y opinar antes de juzgar el punto en conflicto, esta acción del presidente del Tribunal de Disciplina requiere a lo menos de una explicación pública. No solo para que aclare qué lo motivó a redactarla, sino por qué prejuzgó los hechos de la causa y, conscientemente, intentó modificar la jurisdicción del proceso atribuyendo el debate de la camiseta de Palestino a un problema federativo.
Si a los clubes les interesaran las regulaciones, deberían estar muy preocupados de que Botto, en su calidad de máximo representante de la justicia en el fútbol profesional, cometa tales improcedencias. Y si no les importa, es materia del directorio de la ANFP poner todos los antecedentes en la mesa para el conocimiento de sus asociados. Les guste o no, hay un problema no menor en el tratamiento de un tema delicadísimo, que para la imagen de cualquier organismo serio que se precie de tal debiera ser un asunto relevante.
En menor grado, y a propósito de Botto y los fallos del Tribunal, los clubes y también los árbitros no debieran adoptar una postura de resignación o simple registro ante la absolución de Cristopher Toselli. El arquero fue expulsado el fin de semana pasado por Enrique Osses, quien consideró que intencionalmente interceptó la pelota con las manos fuera del área para interrumpir una jugada con inminente riesgo de gol. El Tribunal consideró que Toselli no tuvo la voluntad de cortar el juego y desautorizó a Osses dejando sin castigo al portero.
¿Qué hay detrás de esta decisión? Que el Tribunal ha ejecutado un arbitraje paralelo, sin darle cabida ni razón alguna al juicio del árbitro que dirigió en cancha. Botto y asociados han concluido que el jugador no tuvo voluntad de interceptar el balón con la simple prueba de una imagen de televisión y, posiblemente, con el testimonio del arquero que, quizás, no tuvo la intención de cruzarse, pero que con ello terminó evitando un gol en su arco, motivo que originó su expulsión. Así las cosas, el Tribunal de Disciplina chileno ya no se basa en lo que establece el reglamento, sino que se pasó a la interpretación de las acciones y la plena convicción de las intenciones de los actores. Mañana, tal vez llegue a la certeza de que un jugador expulsado por cometer una violenta infracción que le costó una seria lesión a un rival, en realidad no tuvo la voluntad de golpear y herir al contrincante, sino que fue producto de la coincidencia de vectores de velocidad y masa de los que el futbolista nunca tuvo conciencia porque es un problema de física. Con Botto y asociados ya todo es imaginable. Ese es el problema.