El Teatro del Lago construye una preciosa tradición con esto de montar cada verano "La Flauta Mágica" (Mozart, 1791). Se contó otra vez con el aporte fundamental del barítono austríaco Christian Boesch, considerado el mejor Papageno de su generación y hoy, como el mismo lo dice, convertido en "un huaso chileno" que trabaja por elevar el nivel musical de nuestro país, donde está radicado desde 1986. Él se hizo cargo de la régie de este título que conoce al dedillo, lo que permite una puesta en escena fluida y jugada, repleta de detalles inteligentes (desde gestos a efectos de sonido). Sus conceptos alcanzan incluso a plantear dudas respecto de la relación entre Sarastro y la Reina de la Noche, haciendo que el primero no sea solo un ser hierático inalcanzable, como es frecuente, sino un hombre con dudas que ha construido un reino misógino, que reflexiona sobre sí mismo, que observa con desazón su entorno y que teme por el futuro. Él y sus sabios saben que no todas las decisiones se pueden tomar con el corazón y que aunque el amor reine, la ayuda del entendimiento es clave.
Tuvo un gran apoyo en la eficiente y bella escenografía de Germán Droghetti, diseñador también del vestuario, y en especial en la iluminación de Clifton Taylor, capaz por sí sola de advertirnos acerca de los personajes y su mundo interior.
Pedro-Pablo Prudencio, al frente de la Orquesta de Cámara de Valdivia y del sólido Coro de la Universidad Austral de Chile, hizo una lectura transparente y precisa, siendo particularmente sutil en los dúos y cuidando siempre a los cantantes. El elenco estuvo dominado por el barítono chileno Philippe Spiegel, que parece haber nacido para cantar Papageno, y por el tenor británico Andrew Staples (Tamino), quien sabe lo que es la línea mozartiana. Junto a ellos comparecieron la soprano boliviana Francisca Prudencio (Pamina), de exquisita musicalidad aunque dueña de un material de difícil proyección; la soprano alemana Mandy Fredrich (Reina de la Noche), algo exigida en coloratura y sobreagudos y de afinación ondulante; el bajo Reinhard Hagen, convincente Sarastro; la soprano Maxiel Marchant, encantadora Papagena, y el tenor Gonzalo Araya, divertido Monostatos. Se contó con un extraordinario trío de damas (Andrea Aguilar, Constanza Dörr y Evelyn Ramírez), con la notable actuación del actor Manfred A. Bräuchle como el Sacerdote 2, y con los imponentes hombres armados de Pedro Espinoza y Hernán Iturralde. Muy bien los genios (Carla Carreño, Vania Soto y Rosario Solervicens, entregadas al juego escénico) y los figurantes que encarnaron a los leones y a la serpiente (Alonso Torres).