En las últimas semanas, además de culminar el proceso electoral con la reelección de Michelle Bachelet, se conocieron nuevos datos sobre la evolución de la economía mundial y chilena. Tenemos hoy mayor claridad sobre el entorno y las decisiones de política que definirán nuestro devenir futuro.
Hay mayor certeza de que los riesgos catastróficos que se sucedieron a partir de la crisis del 2008 no estarán el 2014. A partir del segundo semestre de 2013, la economía global retomó su tendencia, creciendo un 3,7% a pesar de la menor contribución de los países emergentes. Es particularmente destacable que EE.UU. se haya expandido un 3,5% en esa mitad del año. Más aún, la información de diciembre insinúa que el mundo creció al ritmo del 4% dicho mes. El comercio internacional acelerándose y la producción manufacturera aumentando en 5% explican dicho dinamismo.
La crisis dejará secuelas, como los innumerables afectados por la imposibilidad de los bancos para financiarlos, dado el nuevo escenario de regulaciones o los mayores costos de contratación que las reformas del gobierno de Obama están introduciendo. Pero en economías innovadoras y flexibles como la americana también aparecen sorpresas positivas. Un buen ejemplo es la independencia energética que está logrando gracias a nuevas tecnologías para gas y petróleo.
Desde el inicio de los programas especiales de compra de Bonos del Tesoro y otros activos por parte del Federal Reserve, existió inquietud por si su término sería traumático y capaz de generar una nueva crisis. El inicio exitoso del proceso de atenuación de dichos programas especiales es un buen augurio. Se redujo en US$ 10 mil millones mensuales y, al reiterar su decisión de mantener una tasa baja por largo tiempo, logró que los mercados no fueran afectados mayormente.
Este escenario, con el mundo desarrollado acentuando su dinamismo y los emergentes moderándolo, con menos financiamiento para los emergentes y un dólar más fuerte, crea problemas pero también oportunidades. Chile no debe esperar que el cobre bata nuevos récords —a lo que ya parecemos acostumbrados—, pero la casi nula deuda del gobierno, el tipo de cambio flexible y la inflación controlada, son elementos que ayudarán a sacarle provecho a la nueva situación.
Mientras las cifras externas sorprendieron por positivas, en Chile el Imacec de noviembre dio señales de desaceleración, con un modesto 2,8% anual. A partir de octubre dicha desaceleración se ha extendido a sectores que antes mostraban buen desempeño, como el comercio mayorista y el transporte. De alguna forma, esta fuerte desaceleración está ligada a una caída de la inversión minera, que si bien tiene facetas externas, también ha sido golpeada por problemas que afectan a todos los procesos de inversión en el país. Hoy podemos proyectar que el crecimiento del año pasado bordeará el 4%, bajo lo esperado. La inflación, por su parte, cerró el año en un 3%, por encima de la proyección.
Pero si bien la economía ha perdido dinamismo, no debiera seguir desacelerándose en el corto plazo, dadas las buenas bases macroeconómicas con que cuenta el país. Solo un error en las políticas que se implementen lo podría hacer posible, y no se visualiza que el nuevo Gobierno pudiera caer en ello.
Sin embargo, en el largo plazo, el discurso rupturista sí puede tener efectos negativos. En el siglo pasado distintos países latinoamericanos acentuaron políticas estatistas y antimercado, luego de la Depresión y la Segunda Guerra. Si bien sus efectos no fueron inmediatos, los condenaron a quedar a la zaga del progreso mundial por décadas. De implementarse hoy cambios institucionales, medidas contra la libertad y un peso asfixiante del Estado, todo lo cual fue insinuado durante la campaña, se convertirán en un lastre que nos acompañará por muchos años.
El país hoy es especialmente vulnerable ante una estrategia errada. Por más de veinticinco años el bienestar de los chilenos, en prácticamente todas las dimensiones, avanzó aceleradamente. Nos hemos acostumbrado y lo vemos como un derecho. Este progreso, en principio, tuvo su origen en el fuerte crecimiento de la productividad. Al descuidar ese frente, nos ayudó el precio del cobre, que mejoró fuertemente nuestros ingresos. Pero ese viento de cola ya no puede aumentar más, y debemos ser nuevamente más creativos y esforzados. De no lograrlo, la dinámica política de una población que se siente con el derecho a progresar y no lo logra, puede fácilmente acelerar nuestra marcha por el camino equivocado.
La Presidenta electa está formando el equipo con el que iniciará su gestión. La inercia favorable y la solidez de nuestra economía hacen poco probable que veamos sorpresas en el corto plazo. En el largo plazo, si sigue los consejos de los más intransigentes, Chile podría quedar con una herida profunda y muchas esperanzas truncadas.