Depende de la perspectiva: Figueroa está muy bien ido o justamente echado. No cumplió con el objetivo central, que es el rendimiento deportivo. Bajo su conducción, Universidad de Chile nunca alcanzó el nivel competitivo necesario para consolidar un modelo de juego que reflejara el potencial de su plantel. La jerarquía del equipo nunca apareció como para sustentar un trabajo que, al decir de sus integrantes, se ejecutaba con un alto estándar durante la semana, lo que también deja abierta la incógnita del compromiso de los futbolistas con el paladar táctico de su entrenador.
Por voluntad, descarte u obligación, Figueroa probó numerosas formaciones. Sistemáticamente, dio muestras de jamás estar convencido de una oncena estable y, por extensión, de quiénes asumirían funciones clave en la zona de volantes y en ofensiva. No pudo sostener una campaña que depositara confianza interna, y las derrotas con sus archirrivales -sumado a la temprana marginación de una disputa por el título-, le dejaron margen mínimo de error para este semestre.
Como era de suponer en alguien que históricamente no ha tenido filtro, Figueroa ni siquiera se dio una oportunidad en la cancha antes de marcar su derrotero en la banca. La incontinencia verbal nuevamente turbó cualquier opción de probar su capacidad técnica. Las críticas internas por la llegada de los refuerzos, plausibles si se trata de defender su autonomía como entrenador, pero impresentables a la luz de la conservación de liderazgo frente al grupo y de cierto respeto jerárquico a sus jefes, marcaron el final de su paso por la U. Quizá su última chance de asumir en uno de los tres clubes grandes chilenos, y acaso su despedida por varias temporadas del fútbol nacional.
Con total seguridad, Figueroa se va a ir de la U con la frente en alto. Dirá que renunció por defender sus principios inclaudicables y porque quería dejar en libertad de acción a los mismos dirigentes que le dieron una oportunidad de entrenar a un grande, aunque el campeonato recién comenzaba y había muchas posibilidades de revertir el mal inicio. Agradecerá el apoyo de la hinchada y del plantel de jugadores, a los que nunca intentó menospreciar porque él también fue futbolista... "y de los mejores", y se descargará con los reporteros buitres que nunca lo han querido, que nada saben de fútbol y que lo envidian porque lo que él gana en un año, los periodistas jamás ganarán en toda su vida. ¿Culpa propia? Escasa y secundaria.
Tal vez lo único grato de esta historia bastante previsible en su desenlace y en la reacción de sus protagonistas, es que el sucesor transitorio será Cristián Romero, un correctísimo ex jugador de la U que ha construido una muy interesante carrera en las divisiones inferiores. No tendrá mucha opción de exhibir su capacidad, porque deberían ocurrir inesperados milagros como para que quede al mando del equipo después de este torneo. Pero por lo menos el entorno azul recuperará la necesaria normalidad y el adecuado tono cuando se evalúen el comportamiento del equipo, la categoría de los rivales, los errores propios y las virtudes ajenas. Análisis que con Figueroa se perdió en la hojarasca de su verborrea.