Celebrando su cumpleaños número 73, la Orquesta Sinfónica de Chile actuó el viernes en el Teatro de la Universidad de Chile bajo la dirección de Josep Vicent, cuyos méritos exhibidos en una visita anterior le valieron una nueva invitación.
Dejando a un lado las elucubraciones sobre cuánto de Mussorgsky ha quedado en la versión que Rimsky-Korsakov hizo de "Una noche en el Monte Calvo", la obra se yergue como una gran página que abunda en ideas originales y despliegue colorístico. A pesar de los años -y con nuestros oídos hoy acostumbrados a la descripción de lo diabólico con otros lenguajes musicales-, su fuerza sigue intacta. La ejecución, con excepción de algunos deslices al final, fue de alto nivel, y Vicent, con la excelente colaboración de los vientos solistas, plasmó la vuelta a la serenidad después del aquelarre, con profunda poesía, prolongando en el desenlace un silencio pleno de música (valga la paradoja), desgraciadamente perturbado por el aplauso de un par de auditores espontáneos.
El célebre "Adagio" para cuerdas de Samuel Barber tuvo una interpretación ejemplar. La orquesta, con el escenario en semipenumbra, siguió con devota disciplina las indicaciones del director, logrando una meditación conmovedora. Vicent manejó magistralmente la dinámica con una batuta sutil que permitió siempre el natural fluir de la música.
La "Obertura Carnaval", de Dvorak, no es de lo mejor del inspirado compositor checo. Sin perjuicio de sus ritmos arrebatadores y brillo orquestal, la obra es bulliciosa y de poco contenido, aunque tal vez apropiada para una fiesta de cumpleaños.
La calidad de la música del ballet "Romeo y Julieta", de Prokoviev, hace olvidar que su estilo de esa época (1935) pudiera ser conciliatorio con los dictados estéticos del realismo socialista. Los característicos recursos del compositor aquí aparecen vinculados al trágico amor adolescente entre el impetuoso Romeo y la inocente Julieta, lo que le permite al autor ilustrar la fiereza de los enfrentamientos de los bandos contrarios junto al sublime melodismo que personifica a los amantes. En el número final, "La muerte de Teobaldo", la orquesta derrochó virtuosismo para describir el tumulto callejero, y el cortejo fúnebre alcanzó una tensión inquietante.
Al comienzo del concierto, el concertino Alberto Dourthé habló del sueño de contar con una sala acústicamente adecuada. Anhelo que compartimos, pues la calidad de la orquesta se lo merece de sobra.