Hace casi un siglo tuvo lugar la polémica del imaginismo en los periódicos de Santiago. Los escritores jóvenes protestaban por la pobreza de trabajos de imaginación que exhibía la literatura chilena; sus contrincantes afirmaban que los escritores nacionales debían respetar la tradición realista que la caracterizaba y, sin prestar oídos a las tentaciones de "la loca de la casa", dedicarse a la documentación fidedigna del medio ambiente, de la realidad circundante. No se puede evitar una semisonrisa cuando se leen estos viejos y amarillentos recortes de periódico, pero la verdad es que la idea de que las representaciones no naturalistas de la realidad son más bien ajenas al temperamento de nuestra narrativa ha subsistido hasta ahora.
Sin embargo, la nordomanía desatada e irreflexiva que se ha desencadenado sobre la cultura chilena en estos últimos años ha permitido, como una de sus escasas consecuencias favorables, el conocimiento de autores norteamericanos, principalmente, que han servido de modelo para que varios narradores jóvenes se atrevan a alejarse de lo inmediato y ensayar representaciones fantásticas de acontecimientos que forman nuestra realidad cotidiana. Uno de ellos, por ejemplo, es Iván Tapia Saavedra (1982), quien acaba de publicar El cuarto de al lado , su primera novela, mientras que al mismo tiempo está redactando su tesis de magíster con el título de "La literatura neogótica chilena a partir de una novela de Francisco Ortega". Si los lectores recuerdan que hace unos meses comenté El horror de Berkoff y se detienen a pensar por un segundo en el título de la novela de Iván Tapia, anuncio de que algo misterioso ocurre cerca, sospecharán por dónde camina su relato, tincada que confirma la definición de "horror" que encabeza sus páginas.
Iván Tapia ha imaginado una historia cuyo punto de partida se sitúa en discusiones que reaparecen con frecuencia en los medios de comunicación nacionales: una empresa constructora planea un viaducto que unirá las provincias de Talcamávida y Quilacoya en la región del Biobío. Mientras algunos políticos y ecologistas se oponen violentamente al proyecto, la empresa afirma que los daños provocados por el viaducto serán sólo "dolores de crecimiento propios de cualquier modernización". Nos enfrentamos, pues, a una interesante oferta artística sobre los orígenes del horror: es una consecuencia de la tesis de la incompatibilidad entre naturaleza y modernidad, o, dicho en otras palabras, de la política no menos macabra que afirma que la destrucción de la naturaleza es el alimento indispensable del progreso. Es en medio de tales circunstancias cuando llega a la región una pareja formada por el narrador del relato -un profesor de literatura- y su esposa, Patricia, para practicar senderismo. El relato se inicia con un tópico característico de muchas narraciones de terror: se desata una violentísima tormenta que deja perdidos a los protagonistas en la impenetrable oscuridad de una noche barrida por la lluvia y en peligro de ser electrocutados por la frecuencia de rayos y relámpagos. Logran avistar una luz lejana que los guía a una cabaña abandonada, pero lo que en un primer momento pareciera ser un resguardo frente a los peligros del exterior se transformará en el umbral que los conduce a las consecuencias del progreso, donde el horror de lo macabro es más fatídico que la tormenta de la que escapaban.
El cuarto de al lado deja traslucir fácilmente su condición de ensayo primerizo. Su argumento se apega demasiado a los clichés más recurridos de la narrativa de horror, muchas escenas pecan de ingenuidad y se encuentran defectos de construcción que descubrirá la perspicacia de los lectores (la imagen de la vela en la cabaña que guía a la pareja, por ejemplo). Pero hay que felicitar al autor de esta breve novela por haber imaginado artísticamente las raíces de lo macabro y del horror que produce en un conflicto económico-social acuciante en nuestros días.