Una retrospectiva dedica a Carlos Pedraza (1913-2000) la Corporación Cultural de Las Condes, en tres salas de su Casa Santa Rosa de Apoquindo. Procedentes de colecciones públicas y privadas, las pinturas tienen la naturaleza muerta o el paisaje como protagonistas. No obstante, inicia el conjunto un “Autorretrato”. Las líneas angulosas de una figura tensa nos muestran al premio nacional de Arte 1979 bastante joven. Como todo el resto de su producción, no está fechada. Asimismo, un argumento relativamente excepcional dentro de su obra resultan las vistas portuarias, donde asoma alguna coincidencia con similar temática temprana de J.F. González. Aquí, el trabajo más personal nos parece “Marina Valparaíso”, en la que destaca la atractiva y dinámica curva del muelle, rematando en la masa plástica del casco poderoso al fondo del cuadro. Se añaden, además, algunas bien sintetizadas escenas de playa mediante nerviosas aguadas sin color. Pero como lo más suyo del expositor cuelgan, suntuosos, los floreros y naturalezas muertas; sobre todo transidos de barroquismo emergen los primeros. A “Jarrón isabelino”, por ejemplo, lo acompaña el propio modelo en porcelana, aunque averiado: ¡Oh, nuestros periódicos terremotos! Del segundo asunto destaquemos dos bonitas composiciones observadas un poco desde arriba: la que agrega un follaje en el plano trasero; la con guindas, rosas y granadas.
Lo mismo que en las pinturas antes anotadas, los paisajes, siempre arbolados y otoñales, dejan ver una factura de trazos ágiles y abiertos, de coloraciones saturadas y táctiles pinceladas de pasta densa. Entre ellos no olvidemos “Campestre” —bien cercano a su admirado Burchard—, “Paisaje marino” y su feliz acorde con cerúleo, el ambiente levemente dramático de “Río Valdivia”. Se suma, también acá, otro par de aguadas en blanco y negro. Las incursiones dentro del cubismo y, en especial, de la abstracción —multicolores monotipos grasos sobre papel— asoman mucho menos felices. Completan la conmemoración de este miembro de la Generación de 1940, y como cotejo acaso, unos pocos testimonios de amigos de Pedraza. Sobresale, por cierto, la fortaleza formal de “Fuente alemana”, acuarela de Burchard.
En el barrio Italia podemos encontrar un veinteañero nombre nuevo. Así, Tomás Bennett —Galería 13— nos entrega una docena de paneles de iguales dimensiones, donde densidades diversas de negro hollín definen una especie de amenazante nube tóxica. Ella sirve como protagónico escenario a blancas incisiones enérgicas que hacen del cuadro un cruce de grabado y pintura sin color. Pero las gráficas hendiduras constituyen dibujos tanto figurativos como mayoritariamente no reconocibles. Estos últimos dejan ver, en formato menor, bien delineados hombres en interesantes actitudes y posturas corporales. En cuanto a los rayados de la segunda clase, ellos no logran el atractivo de sus compañeros minoritarios. Como conjunto, su expresividad global pareciera anunciar una connotación trágica, que ojalá alcance del todo el artista durante la plena madurez.
El fieltro como materialEn Galería La Sala, el fieltro resulta un bien aprovechado material, un tanto novedad para sus siete actuales cultores. De ese modo, Andrea Fischer lo concreta en escultóricos alvéolos. Aunque de coloraciones discretas, llegan a sugerirnos protuberancias de vegetales extraños y hasta organismos biológicos de un planeta peligroso. Salvo, también, el hermoso y monumental relieve con alusiones ecológicas, aire aborigen y cromatismo refinado de Verónica Büttinghausen, el resto de las piezas expuestas constituye una explosión de colores. Así, Carmen Couve presenta un relativo acercamiento arquitectónico, dentro del cual puede colocarse, como parte suya, el propio espectador; su fantasía formal y las coloraciones la emparentan en cierta medida con Tatiana Álamos. Asimismo, resulta habitable el encanto exultante de esa suerte de quiosco feérico de Teresa Ortúzar. En cambio, fiel a sí misma, Maite Izquierdo entrega un colgante tapiz, cuyas heridas aparentes se unifican, festivas, con las capas de más textiles. Algo semejante ocurre con Andrés Vio: desarrolla sus habituales círculos y espirales mediante un manejo experimentado y hasta cierto punto retenido del color. Madeline Hurtado, por último, simboliza una leyenda mapuche a través de amplios discos provistos de también redondos accidentes, que exhalan ya líquido, ya una avalancha de piedras, cual erupción volcánica. En total, buena exposición, bien montada.
“Retrospectiva
de Carlos Pedraza”
Las naturalezas muertas y los paisajes del premio nacional de Arte 1979.
Lugar: Corporación Cultural de Las Condes, Casa Santa Rosa de Apoquindo.
Fecha: todo el mes de enero.
“Ilegítimo”
Pintura y gráfica en unión estrecha, de Tomás Bennett.
Lugar: Trece, galería
de arte.
Fecha: hasta el 25 de enero.
“Paisaje cromático”
7 artistas nuestros
hacen del fieltro su adecuado material
Lugar: Galería La Sala.
Fecha: hasta el 31 de enero.