Mark y Jay Duplass, los hermanos Duplass, son una de las nuevas estrellas de la comedia norteamericana. Escriben, producen y dirigen sus películas en conjunto, bordean los 40 años, y usan su lazo para concentrarse en las tensiones del mundo familiar, en las disputas de poder y estilos que describen las relaciones filiales. Aunque no he podido ver aún sus dos primeros largos ("The puffy chair", 2005, y "Baghead", 2008), sus tres últimos marcan estas preocupaciones nítidamente.
"Cyrus" (2010) tiene como protagonista a un hombre en sus cuarenta (el siempre frágil John C. Reilly), incapaz de sobreponerse a una separación matrimonial de varios años, que conoce a una mujer separada, sensible como él (Marisa Tomei), que parece la persona perfecta para moverlo de su estancamiento, pero hay un detalle: ella tiene por hijo a un post-adolescente, bastante demente (Jonah Hill), con el que mantiene una relación que entra en terrenos edípicos y algo sicóticos. La cinta, por supuesto, hace una fiesta de la competencia que se desata entre el hijo y el nuevo amante.
"Jeff, Who Lives at Home" (2011) es derechamente sobre dos hermanos. Uno es un vendedor arribista y cínico (Ed Helms), con un muy mal matrimonio, que prefiere endeudarse en la compra de un Porsche antes que invertir en una casa. El otro es Jeff (Jason Segel), que tiene más de treinta años, vive en el subterráneo de su madre, fuma marihuana y ve la película "Señales". La cinta cuenta un solo día, cuando la madre de Jeff (Susan Sarandon) está de cumpleaños, y desde su oficina le exige, casi a gritos, que salga del subterráneo para ir a la ferretería. Él, después de terminar un pito, se allana a hacerlo, en el paseo se encuentra con su hermano, y vemos cómo los papeles del integrado-funcional versus el loser -marihuanero adquieren muchos matices, en medio de los desbocados eventos.
Estos hermanos, sin embargo, tienen una relación casi cordial comparada con la que se ve en "The Do-Deca-Pentathlon" (2012), donde dos hermanos (Mark Kelly y Steve Zissis) apenas se hablan, y no se encontrarían de no ser porque su madre organiza el cumpleaños de uno de ellos y el otro aparece sorpresivamente. Las odiosidades son de larga data, y al centro de ellas hay una competencia de hace veinte años que nunca pudieron concluir, debido a la intervención del padre. Hoy están más viejos, gordos, fuera de forma, pero uno -soltero y vividor- incita al otro -hombre de familia, con un estrés laboral que ya es crónico- a realizar una nueva competencia, de 25 pruebas, que resolverá de una buena vez quién es el mejor. La película es exquisitamente cómica y única en su libertad, en su soltura y en cómo hace de una competencia infantil un asunto muy serio, lo que no deja de ser una verdad cuando se trata de hermanos. Con ella, los Duplass terminan de dibujar a la familia como un microcosmo que da gran material para la comedia, tensionado por infinitas disputas y luchas, que recibe también los ecos de la competencia que se da en el trabajo y en la sociedad de mercado, donde sus personajes son rara vez afortunados, o lo son a costa de grandes sacrificios. En ese escenario, para los Duplass, pese a sus disfuncionalidades, sus torpezas y su caos, la familia sigue relevándose como un refugio de afecto.