Marginados de los titulares principales, desplazados de las coberturas importantes, apartados de la atención del público masivo, los cuatro clubes que con toda seguridad disputarán el descenso a fines de abril han hecho méritos suficientes para vivir la angustia institucional de arriesgar la categoría y la posterior incertidumbre de no saber cuándo podrá recuperarla.
Huachipato es el ejemplo más doloroso. Por lo inesperado (hace menos de un año calendario iba a jugar la Copa Libertadores tras ganar el campeonato de Clausura) y porque nadie tenía internalizado que una institución considerada sólida y estructurada, se desmoronaría deportivamente apenas detonó una negativa coyuntura financiera que afecta a la compañía sostenedora (CAP). Más que la pésima campaña, el despotenciamiento del plantel, el cambio de cuerpo técnico y la complicadísima posición en la tabla acumulada, lo inquietante de Huachipato es que su histórica solidez hoy parece un espejismo y que lo más real es lo incierto de su destino, sobre todo cuando lo más previsible es que cambie su estructura de propiedad.
Rangers sigue siendo víctima de su irregularidad. Acostumbrado a ser un club bipolar, gozando los ascensos tanto como sufriendo los descensos, hace rato que no ha podido establecerse en un espacio que le permita progresar en el crecimiento. La cambiante conformación de los planteles y los cuerpos técnicos le han impedido conformar una identidad y esa falencia se transmitió fielmente en el torneo anterior. Talca sigue siendo una plaza con proyecciones, su público sigue siendo entusiasta y exigente, sin embargo Rangers no parece convencido de invertir para ganar, sino que más bien de gastar para mantenerse discretamente.
Everton no puede escapar de su ideario aspiracional. Mientras siga proyectándose deportivamente como un club con grandes expectativas pero operando como si fuera una institución del montón, la probabilidad de estacionarse en la mitad inferior de la tabla será altísima. Hoy, por ejemplo, tiene que luchar por salvar la categoría y debió fortalecer a mitad de temporada un plantel que claramente en el torneo pasado era insuficiente. La consolidación del proyecto de sociedad anónima está al debe en Everton, acaso porque no hay ánimo de aumentar la cuota de riesgo. Ese derrotero institucional se refleja en la cancha: un equipo con pretensiones que se queda en la intención y que termina enredado en un escenario que claramente le incomoda, porque la presión lo supera la mayoría de las veces.
El caso de Audax Italiano es patético. La clara -y probablemente única- orientación de sus propietarios y gerentes es enriquecerse con el club. Ganar lo más posible de dinero, invirtiendo lo menos que se pueda. La mediocridad y el cortoplacismo directivo no pueden tener un mejor espejo que la actual gestión. El modelo de negocio es brutalmente simple: capturar talentos de las divisiones inferiores o de la tercera o cuarta división argentina, uruguaya o paraguaya, para mostrarlos en el primer equipo y transferirlos lo antes que se pueda y a quién sea; luego, repartirse las utilidades entre los dueños, los gerentes, los empresarios, los representantes, los intermediarios, los asesores y, con suerte, el futbolista. Mientras la generosa cantera siga proveyendo, la renovación no existe, la campaña importa poco, tanto como no interesa el rendimiento del cada vez más empobrecido plantel y la calidad e idoneidad del cuerpo técnico. Basta revisar las últimas temporadas de Audax para ver cómo la curva descendente es una tendencia irreversible y terminal.