El nuevo campeonato que comienza mañana es un enigma. No sólo por lo que suceda en la competencia por el título propiamente tal, sino porque su concepción programática responde a los intereses de una élite de dirigentes de clubes y empresarios más interesados en hacer negocios con los grandes inversionistas de ultramar que de fortalecer el producto interno, que no es más ni menos que la calidad del espectáculo.
La programación de los torneos acorde a la calendarización europea es una antiquísima idea de los dirigentes de clubes proveedores de jugadores que veían cómo el desfase en los inicios y términos de los campeonatos era una dificultosa barrera de entrada para colocar futbolistas y realizar millonarias operaciones con el mercado del Viejo Continente. Alguna vez, durante la década de los 80, se intentó acercar las fechas para intentar disminuir el margen de pérdida, pero los resultados fueron negativos. El público no respondió y los clubes, sin un respaldo tan poderoso como son hoy los ingresos por el Canal del Fútbol, rápidamente volvieron a lo establecido por la lógica: jugar desde la tercera semana de febrero hasta diciembre, con un corto receso en julio y vacaciones en enero.
Si bien la medida podría ser aplicable (y hasta razonable) en un año con un Mundial a mitad de temporada y con Chile clasificado para jugarlo, la decisión de prolongarla en el tiempo no parece justificable. ¿Alguien hizo un estudio de mercado responsable que avale la modificación de fechas o fueron las promesas de los representantes de futbolistas las que convencieron a los dirigentes de ir contra lo establecido por la tradición y las fechas del calendario del hemisferio sur?
Que ahora los clubes determinen modificar las fechas históricas y acomodarlas al "calendario mundial" es una nueva demostración de que el cliente al que pretenden servir ya no es el chileno medio que paga una entrada cara para ir a los estadios inseguros, sino el que está al otro lado del mundo con dinero fresco para capturar a los talentos. Y si antes la queja era por el poco tiempo que estos buenos proyectos alcanzaban a jugar en Chile antes de ser transferidos, ahora va ser por las pocas oportunidades que habrá para verlos en directo, con partidos programados en enero o febrero a las cuatro de la tarde.
La nueva calendarización atenta contra la calidad del espectáculo, desprecia a los clientes y perjudica a los propios protagonistas, los futbolistas, a quienes por lo menos la mitad del torneo se les hará jugar con temperaturas que dificultan un rendimiento físico normal y, además, se les obligará a tomar vacaciones durante junio y trabajar los meses estivales, cuando sus hijos, por dar un ejemplo práctico, estén en pleno año lectivo.
¿Será un hipotético aumento en el volumen de traspasos de jugadores una suficiente compensación de todo este reordenamiento? El tiempo dirá, lo que no significa necesariamente que los dirigentes reparen el daño.