Nublados se anticipan los cielos del litoral central para este verano. El clima económico y político no se ve mucho mejor.
El horizonte de la economía empezó a ensombrecerse desde hace ya algún tiempo. El año cierra con el dólar alto, la bolsa en el suelo y un inquietante frenazo en la inversión. Parte del problema proviene de la economía mundial y se está sintiendo en todo el continente. La favorable combinación de altos precios para las materias primas y bajos intereses mundiales está amenazada por la desaceleración de China y el esperable retiro de los estímulos monetarios en Estados Unidos, a medida que finalmente su economía sale a flote. Pero, aunque inicialmente esto provoque alguna turbulencia, a la larga es bueno que las dos principales economías del mundo normalicen su funcionamiento. Chile aún puede beneficiarse del escenario internacional que ahora se avizora.
El deterioro en las expectativas económicas en Chile tiene también un ingrediente de fabricación nacional. Los anuncios programáticos de la Presidenta electa parecen haber surtido un efecto contraproducente, pero lo cierto es que la inversión viene flaqueando desde antes. Ello no parece sorprendente, porque la reforma tributaria del año pasado —inesperadamente promovida por el gobierno del Presidente Piñera— elev? ó de 17% a 20% la tributación de las empresas, dañando su capacidad de ahorro e inversión. Adicionalmente, y pese a repetidos anuncios y copiosas agendas, la actual administración no logró destrabar los grandes proyectos energéticos y mineros. Habiendo inicialmente cosechado auspiciosos resultados, en el último año de su gestión el gobierno saliente logra un modesto 4% de crecimiento.
Pero hoy las miradas están puestas en la Presidenta electa y sus herméticos equipos. Su programa de gobierno causa explicable inquietud, porque en lugar de priorizar la estabilidad y el crecimiento, pretende cambiar la Constitución, subir los impuestos y distribuir más bonos y subsidios. El manejo de las demandas y presiones sociales puede tornarse explosivo, particularmente en una economía desacelerada. Pero tal vez en esos temores radique la mejor oportunidad de la Presidenta electa: si se rodea de un equipo competente, si descarta las propuestas más radicales o improvisadas de su programa y si busca forjar acuerdos ampliamente compartidos, como ocurrió a partir de 1990, el nuevo gobierno puede sorprender a los pesimistas. Es mi deseo de Año Nuevo.