No teníamos cómo saber, a comienzos de los años ochenta, que el viaje en tren a Valparaíso iba a ser drásticamente convertido en una cuestión del pasado. Hacíamos el trayecto con la distracción que siempre nos merece lo normal y conocido. Tantas veces habíamos visto el paisaje seco con sus cerros y arbustos, las tristes estaciones con unos cuantos pasajeros taciturnos en el andén, los nombres de los lugares escritos en letreros de palo, los ramales, las garitas, las bodegas. Todo esto era parte del aspecto general de un trayecto que valorábamos más en cuanto más corto se nos hiciera.
Ahora la ruta ferroviaria a Valparaíso está en calidad de patrimonio, es decir, muerta. En 1986 los viajes por esta vía fueron parados para siempre. El proceso de desmantelamiento de Ferrocarriles se llamó en aquella época “racionalización” y correspondió a un ajuste brutal entre costo y beneficio que no consideraba entre sus factores determinantes las disquisiciones estéticas o históricas de nadie. Parece que esto hubiera sucedido ayer en circunstancias de que ya han pasado casi treinta años.
Las fotografías de Felipe y Boris Urquieta —publicadas en el libro La ruta de Meiggs— nos muestran, no sin sorpresa por parte nuestra, el estado de melancólico abandono del viejo tendido férreo, de las bombas de agua, de los puentes de acero, de las subestaciones eléctricas, de los vagones y locomotoras. Aquello que nos fue tan familiar, hoy lo miramos desde el otro lado de la realidad y ha adquirido la belleza fatal, la visibilidad de las ruinas y de los despojos. Creemos casi escuchar los nombres de las estaciones como enunciados por la gangosa voz de un megáfono: La Calera, San Pedro, Ocoa, Llay-Llay. ¿O esto nunca sucedió y procede de la tendencia a ficcionalizar de la memoria?
Si la fotografía opera en los intersticios del tiempo, en este caso el tiempo se manifiesta como un chiflón violento. Nos habíamos acostumbrado a establecer el pasado —el deterioro, la erosión— como una medida de lo remoto. No estábamos preparados para aplicar esta medida en el rango de nuestras vidas o de nuestras edades.
El destino de lo patrimonial —de los vestigios que ameritan algún tipo de cuidado especial— siempre va por el lado de lo celebratorio-nostálgico o de lo turístico. Para sobrevivir, las antiguas construcciones deben esperar que aparezca alguien que las “reinvente” y las haga circular en algo así como un mercado verosímil. De lo contrario están condenadas al empobrecimiento total, al robo hormiga, a la extinción.
Es inquietante pensar que no está lejano el día en que la “racionalización” indicará que será deseable, económico y rentable utilizar el tren como medio de contacto entre Valparaíso y Santiago. Algo así ocurrió con el tren de Pirque, que partía del Parque Bustamante. En los años cuarenta lo racionalizaron, es decir, lo destruyeron. Más tarde —por necesidad— el Metro retomó la vieja ruta descartada.