Cuando ahora recorremos la gran sala sur del Museo de Arte Contemporáneo, varias veces asoma el recuerdo de los abstractos paisajes de franjas horizontales de un muy conocido pintor nuestro. Coincidencia explicable: el ADN familiar parece hallar un eco remoto en los tejidos recientes de una hija de aquél, Carolina Yrarrázaval. No obstante, ella tiene mucho personal que decirnos a través de sus 22 piezas ejecutadas a mano en telar vertical. Si bien parten de investigaciones de vestuario y de técnicas precolombinas, en los presentes trabajos con lino, cáñamo, yute, seda y papel, la transfiguración creadora los convierte en obras autónomas; además de plenamente contemporáneas. E, independiente del tamaño y debido a sus proporciones armoniosas, muchas de estas alcanzan rango monumental. Eso sí, todas destacan por la densa firmeza de una inventiva serena y por la particular sobriedad del color. Este último, con frecuencia apagado, terroso, neutro u oscuro, corresponde muy bien a la austeridad cromática de nuestro gusto nacional. Dentro de la permanente belleza de estos tejidos, los hay más sencillos y de un solo paño. Particular atractivo poseen, por ejemplo, “Tonos negros” y la refinada “Marina”. Otras realizaciones más complejas integran largas hebras colgantes y mayor contraste de claroscuro: “Medioevo”, “Mar y arena”. Por su parte, acaso lo más próximo al paradigma aborigen sea “Desteñido natural”, mientras “Índigo” y su madeja horizontal resulta rebasado en elementos por “Baja embarrilada” y, sobre todo, por la coloración fluida del precioso “Un líder”.
Los restantes recintos del segundo piso del MAC albergan a diferentes autores de edades distintas, la totalidad nombres nuevos para nosotros. Sobresale, en primer lugar, Pía Sierra con su interesante video instalación de tres pantallas. En él, consigue una unitaria identificación entre paisaje real y pintura del pasado, un anímico contrapunto entre anónimos personajes chilenos y escenas del cine italiano de directores célebres. Al mismo tiempo, el bien medido tiempo cronológico de este trabajo demuestra la madurez de su autora, subrayando la unidad del relato. De dos expositores más disparejos vale la pena considerar el bien facturado paisaje figurativo y levemente cezanniano de Enrique Montero y las pictóricas narraciones, entre lo popular y lo ingenuo, de Hernán Chappuzeau, más convincente cuando del mítico Ulises y las sirenas se trata.
También ofrece el mismo museo un conjunto de proyectos arquitectónicos correspondientes a RIBA, Royal Institute of British Arquitects, premio que desde el siglo XIX promueve el talento, el estudio y el debate de esa rama de las artes visuales. Entre los galardonados y finalistas de su versión actual llaman la atención la audacia de un grupo internacional de 14 miembros, que nos propone “Sun Bloc”; la fantasía espacial —“Music Factory”—, que incluye la vegetación, de la londinense Christine Peters; Pierre Blanc y su “Gubbio Lido”, hermosa simbiosis entre hoy y ayer lejano; junto a los anteriores, cuatro arquitectos nuestros de la U de Chile, con un proyecto para Maullín que interpreta los palafitos chilotes.
Poético rescate surrealista
En cuanto al contiguo Museo Nacional de Bellas Artes, está él presentando, en su Sala Chile, un homenaje al actor nacional Enrique Riveros y su participación en un célebre filme de 1930, del igualmente famoso autor francés Jean Cocteau. El rescate se debe al investigador y artista visual nuestro Raúl Miranda. Para ello nos entrega una instalación, donde doce cortometrajes suyos cumplen el rol principal, escoltados por fotografías y una especie de caleidoscopio fotográfico alusivo. Todo lo acá exhibido se restringe al dramatismo del blanco y negro, introduciéndonos dentro de ámbitos oníricos. Ayudan a crear ese ambiente los desenfoques y las imágenes borrosas, los escenarios suntuosos o decrépitos, el vestuario o la parcial desnudez, la alusión al París de aquellos años y, en especial, la vaguedad sugestiva de los argumentos y sus actores. Estos últimos —conocidos integrantes del teatro chileno— parecen vacilar entre la realidad y el deseo, entre la vigilia y el sueño, entre el desencanto y la muerte. Un halo de artificiosidad, de rebuscamiento invade, dándoles un sello personal, estas historias fragmentarias y alucinadas, algunas con citas a Wilde, Cocteau, Yourcenar y Fassbinder entre otros.