Se anunciaron cuchillos largos en la Alianza, pero terminada la semana todavía no se desenfundan. Parece ser que el triunfo en dos tandas de Bachelet le quitó exaltación a la derrota. Pero la morfina no cura al enfermo, sólo lo alivia.
Casi duplicada por la vieja Concertación en la presidencial, sumado al escuálido número de parlamentarios que no le permite ni aferrarse a los 4/7, el cuadro es desolador. Es una debacle “aquí y en Burundí”, parafraseando al ex ministro Vidal. Si a ello se agrega el transfuguismo de Horvarth, que la hace perder el quórum de 3/5, el panorama no es precisamente auspicioso.
¿Que pasó en 2009 cuando la Concertación perdió el poder y tuvo un mal resultado en las parlamentarias? Tres de los cuatro presidentes de partido renunciaron (Auth, Gómez y Escalona) y el otro (Latorre) —forzadamente— “puso su cargo a disposición de la DC”.
La Alianza tuvo un resultado mucho peor que la Concertación en 2009, ¿y qué ha pasado? Nada. Melero y Larraín siguen ahí.
Desestimadas las renuncias, lo lógico es —al menos— preguntarse que pasó. Porque no todo puede ser achacado a la magia de Bachelet.
La pregunta siguiente es cómo volver a reencantar al electorado. Y aquí hay dos opciones: o el péndulo vuelve hacia este lado por un mal gobierno de Bachelet, o se vuelve a convencer al electorado con las ideas propias.
La primera opción es mala y la deja entregada a lo que Maquiavelo llama “las armas ajenas”. La segunda opción es la obvia, pero para lograrlo es necesario “agiornar” las ideas y retomar las confianzas.
En medio de la debacle hay dos “brotes verdes” y una luz de cara al futuro:
Un “brote verde” es Piñera, que terminando con cerca del 50% de apoyo, con ideas sensatas y un balance positivo de su gestión, lo hace totalmente competitivo para 2017. Pero tiene dos amenazas. La primera depende de él, y es su rol como ex Presidente. Si no modera su incontinencia política ni su adolescente hiperactividad, el riesgo de caerse es alto. La segunda amenaza viene del otro lado. La Nueva Mayoría ya prepara la “operación Piñera” (tal como la Alianza lo hizo con Frei por la crisis asiática, con Lagos por los trenes y con Bachelet por el 27-F) para atacarlo por su punto débil histórico: vendrán comisiones investigadoras sobre el fideicomiso ciego, se le buscará implicar en las cascadas de Ponce y se retomarán los conflictos de intereses.
El segundo “brote verde” se llama Evopoli. Aunque en una fase muy embrionaria, ya ha mostrado buenas señales de un referente de caras nuevas, más liberal y más moderno. Pero será fundamental afianzar el camino, mostrando claras diferencias con el discurso tradicional. Esgrimir como bandera el “recambio generacional” no tiene ningún valor. Lo importante es esgrimir el “recambio de ideas”. Pero, junto con esto, es clave institucionalizarse, para evitar transformarse sólo en un instrumento de figuración para cuatro o cinco caras (en cuyo caso habría que ponerle por nombre EGOpoli).
Finalmente, la gran luz para la Alianza está en las ideas. El constructivismo, el revisionismo, el súper-Estado, y la utopía que nos propone la “mayoría de la Nueva Mayoría” suele terminar mal. El valor de la libertad, del esfuerzo individual y las bondades de la “mano invisible” —por el contrario— han mostrado ser el camino, cuando se ha combinado con una mano visible pero moderada del Estado.
Las ideas de centroderecha no están muertas ni enterradas. Simplemente en Chile hay que sacudirlas de dogmatismo y conservadurismo para que vuelvan a florecer.
Y luego lo importante es convencer. Porque, como bien dijo Adenauer, en política, lo importante no es tener la razón, sino que se la den a uno.