En el último tiempo, las dos orquestas sinfónicas más importantes de nuestro medio han sido cobijadas por lugares que no son los de su desempeño habitual. La Sinfónica en el Teatro Municipal de Las Condes, y la Filarmónica de Santiago en el Teatro Caupolicán. Estos “hogares de acogida”, con sus espacios y acústicas generosas, han permitido aquilatar los reales valores de ambos conjuntos. El Caupolicán ha logrado congregar a un público muy numeroso, respetuoso para oír y entusiasta en su agradecimiento, lo que haría imaginar un ciclo permanente de conciertos “populares” como complemento necesario de las temporadas oficiales.
El martes, la Filarmónica de Santiago, bajo la dirección de José Luis Domínguez, aprovechó estas condiciones en la interpretación de la obertura de la ópera “La novia del zar”, de Rimsky-Korsakov, pieza introductoria que apela más al brillo que a anticipar la tragedia (amores contrariados, crímenes, venenos) del argumento de la ópera. El rutilante colorido orquestal, sello característico del compositor, unido a la fiesta de melodías y ritmos rusos, estructuran una obra que reclama el virtuosismo de cada familia orquestal, y aunque hubo desajustes iniciales en los vientos, no afectaron al buen resultado de conjunto.
Junto a los ballets “Espartaco” y “Gayaneh”, el concierto para violín de Aram Khachaturian es una de sus obras más difundidas y refleja la característica relación simbiótica entre el sinfonismo ruso y la presencia de la Armenia natal del compositor. El solista fue Ray Chen, violinista taiwanés-australiano, que a los 24 años se revela como una figura que hay que tener muy presente en el panorama actual de grandes virtuosos. Más allá de las temibles dificultades, que resolvió con soberanía e infalible técnica, la estructura del concierto le permitió demostrar su gran musicalidad y cálido sonido (toca un Stradivarius) en los pasajes líricos contrastantes . Los dos encores (el Capricho nº 21 de Paganini y la Gavotte en Rondeau de la Partita nº 3 de Bach), completaron la imagen de un instrumentista soberbio.
La 5ª sinfonía de Tchaikovsky, tuvo grandes momentos (la amalgama de las cuerdas, el solo de corno al inicio del segundo movimiento), y Domínguez condujo certeramente el discurso hasta un irresistible final, provocando el exuberante entusiasmo de un público que apreció el notable trabajo.