A partir de 1964, los partidos políticos de nuevo cuño y sus parlamentarios tomaron la conducción del país para llevarnos por el camino de la revolución. Primero fue la Democracia Cristiana con Frei, y luego la Unidad Popular con Allende. Diagnosticaron todo tipo de males y desecharon la posibilidad de mejorar paulatinamente. Por el contrario, propusieron crear todo de nuevo cambiando las estructuras, es decir, estableciendo nuevas instituciones políticas, económicas y sociales para generar un hombre nuevo, liberado de las ataduras del pasado, y formar así una sociedad más justa y solidaria.
El resultado es conocido: la reacción popular llevó a los militares a asumir la dirección del país y establecer una institucionalidad política y económica para asegurar la libertad y la prosperidad de todos. El gobierno militar puso el acento en su carácter técnico, como contraposición a la preponderancia de las anteriores ideologías revolucionarias.
La institucionalidad política apuntaba a mantener la estabilidad, y la económica, a posibilitar un bienestar creciente y sostenible. Lo exitoso de aquellas medidas llevó a los políticos de la Concertación a ser cautos y a no innovar mayormente. También contribuyeron las caídas del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, que dejaron a la izquierda sin voz. Así fue que durante los años de la Concertación perduraron los lineamientos básicos establecidos durante el gobierno militar. Hay que entender que durante aquellos veinte años los partidos de este conglomerado y sus parlamentarios se avinieron difícilmente con el sistema heredado, puesto que siempre les nacía hacer primar su voluntarismo contra toda evidencia. Esto se tradujo en una gestión laxa, que permitió la explosiva combinación de capitalismo con socialismo, con el resultado de una acumulación de problemas que malamente pudieron ser disimulados por una autocomplacencia que nos ha ido lastrando, y que han terminado por aparecer del peor modo posible.
No extraña, entonces, que desde esos partidos y sus parlamentarios hayan surgido en esta última campaña voces reiteradas para señalar que no se puede seguir por la ruta señalada por los técnicos, sino que deben prevalecer los planteamientos ideológicos. Reaparece el voluntarismo que hace cincuenta años nos puso en la senda del despeñadero. El afán de estos políticos en distorsionar y ocultar la historia que vivimos entre 1964 y 1990 ha abierto la posibilidad de volver a recorrer caminos fracasados.