Acostumbrados a escuchar a la Orquesta Sinfónica en el vertical Teatro de la Universidad de Chile, estrecho para músicos y público, y con una acústica seca, mezquina, el concierto que dio este conjunto el viernes dentro de la temporada CorpArtes, en el Teatro Municipal de Las Condes, fue todo un redescubrimiento.
Con el director israelí Ariel Zuckermann, la Sinfónica tocó un programa de obras brillantes, en el que los músicos, visiblemente esponjados y felices en este escenario amplio, mostraron hasta qué punto pueden llegar en su entrega y profesionalismo.
Comenzando con “El aprendiz de brujo” (1897) de Paul Dukas, Zuckermann dejó claro que le gusta un sonido fuerte, recio, ineludible en su pasión. Los pasajes solistas, especialmente el de los fagotes en su tema puntilloso en el que son protagonistas, sonaron muy bien, aunque en las entradas de las otras secciones faltó algo de precisión.
Siguió el Concierto para piano Nº 2 (1913) de Prokofiev, con Alfredo Perl. Hace ya algunos años que el pianista chileno, especialista en el repertorio clásico y romántico alemán, comenzó a abordar la producción rusa de finales del XIX y comienzos del XX, incluido este Concierto de Prokofiev, que está entre lo más fascinante, poderoso y difícil de la literatura pianística. En el primer movimiento, Andantino, Perl impuso un atractivo rubato al tema romántico, subsidiado por otras ideas más geométricas, y que desemboca en una extensa e inclemente cadenza. Aunque no sin dificultades en esta sección, el encuentro con la orquesta fue finalmente feliz y marcó un magnífico desarrollo para los siguientes tres movimientos que no dan tregua al solista en su vertiginosa escritura. En el final, Perl mostró cuán madurada tiene la obra y cuán solvente es su entrega, que fue premiada con enorme entusiasmo por el público. Hay que tener virtuosismo, musicalidad y mucha valentía para tocar este Concierto, y Perl y Zuckermann, muy comunicados, salieron triunfantes de la prueba.
El programa siguió con “La alborada del gracioso” de Ravel, compuesta originalmente para piano como una sección de “Miroirs” (1904-905). La Sinfónica se lució en esta obra con temas españoles llenos de color y en el que cada sección tiene su momento espectacular. Cerró “El mar” (1903-5) de Claude Debussy, tres “bocetos sinfónicos” con alusiones programáticas que bien pueden ignorarse si se atiende al sonido impecable que arrancó Zuckermann de la orquesta. Si siempre pudiera escucharse a la Sinfónica así, a sus anchas.