El fútbol no admite rezongos cuando al epílogo llegan los que tienen mayores merecimientos y aptitudes. Universidad Católica perdió el título, de nuevo, en la recta final. Que ya es una costumbre, que se trata de una maldición, que no soporta la presión, que peca de exceso de confianza, que no sabe ser favorito... Las tesis sobre la decepción cruzada en la instancia determinante abundan tanto como las burlas, muchas de ellas fundadas en una sana envidia y también en un feroz resentimiento.
Independiente del desgaste futbolístico en la etapa final, los cruzados fueron protagonistas de un campeonato emocionante, y varios de sus jugadores deben estar incluidos en el resumen de los mejores del año. Les duela o no a sus detractores, Católica está largamente por sobre el promedio del resto de los clubes, y la ventaja que junto al campeón le sacó al resto deja en evidencia una superioridad indiscutible.
Toda esta enumeración que podría parecer un consuelo facilista, en el balance racional son elementos que inclinan la balanza a favor del trabajo de Martín Lasarte. Enjuiciar al técnico por improvisar una formación ante O'Higgins, que haya optado por uno en lugar de otro o que no transmitiera "pasión" desde la banca son consideraciones burdas, sin un peso real para explicar la merma del título o para pedir la cabeza del entrenador, quien debería ser evaluado objetivamente una vez terminada la temporada.
Quienes acusan a Lasarte de "defensivo" aún no precisan qué partido jugó a empatar. En lo global, el plantel de Católica soportó el peso del campeonato durante largas fechas sin caer en la tentación de la especulación ni traicionó el estilo equilibrado que logró expresar en sus líneas, con un alto contingente de jugadores procedentes de las inferiores. Terminó siendo el equipo más regular -en su acepción positiva- del campeonato, se dio el gusto de derrotar a sus dos clásicos oponentes (a Universidad de Chile la marginó de su opción al título, y a Colo Colo, de acceder a la liguilla), y solo cometió un gran pecado: en un torneo ajustadísimo, extravió el libreto en un capítulo clave (contra Antofagasta), cuando abrió la puerta para compartir el rol protagónico con los rancagüinos.
Universidad Católica tiene a la vuelta de la esquina, en la liguilla, una nueva oportunidad para demostrarse a sí misma que el estigma de segundones es algo doloroso pero circunstancial, y convencer a los suyos, desde los que se flagelan hasta los que buscan cortar cuanta cabeza se cruce, de que en la resignación de este título hay un solo gran responsable: O'Higgins.