La recién estrenada “Donde vuelan los cóndores” es al mismo tiempo una película de homenaje, un making of y una cinta autónoma en sí misma, aunque no necesariamente en ese orden. Dirigida por el chileno Carlos Klein (1972), este documental sigue la filmación de “¡Vivan las antípodas!”, del ruso Victor Kossakovsky (1961), otro documental, que registra la vida de lugares opuestos en la tierra, como la Patagonia chilena y Siberia. Klein trabó amistad con Kossakovsky cuando vino a Chile a mirar locaciones, se hizo parte de su equipo y comenzó, también, a filmar su trabajo. A Kossakovsky no le gustó nada la idea, pero Klein registró tanto sus reclamos como su disposición también a soltarse y hablar en determinados momentos.
Hay que reconocer que Klein logra interesarnos por su cinta pese a que —confieso— aún no he visto nada de Kossakovsky. Y lo hace porque lo admira sinceramente y porque el ruso es también un personaje carismático: apasionado, autoritario, sensible, quejumbroso, con algo de niño y algo de gigante también. Verlo es sentir que ese carácter ruso, expansivo, temperamental, iluminado y pedestre a la vez, que suele aparecer en las novelas de Dostoievsky, pero también algo en las de Tolstoi, no es una invención literaria sino una realidad vigente. La forma en que Kossakovsky, por ejemplo, adopta el “chucha” chileno, que suelta ante las sorpresas que le va deparando el destino es especialmente ilustrativo de su humor y sensibilidad. Quizás no solo es cierto que, como decía Sabato, los latinoamericanos somos especialmente aptos para entender la literatura rusa, dado que sabemos lo que es vivir en un continente agitado, católico y culposo, sino que los rusos serían también especialmente aptos para entendernos a nosotros. Como sea, Klein sabe cómo sacarle partido a su personaje sin sobreexplotarlo.
Eso respecto al homenaje.
Sobre el making of, ese género que muestra cómo se hacen las películas y que suele ser un pariente pobre de la industria, “Donde vuelan los cóndores” se para con dignidad. No explica mucho, pero muestra bastante. No da detalles, pero la idea se deduce. Es menos ceremonioso y metafísico que Chris Marker con la filmación de “Ran” de Kurosawa en “A.K.”, pero sabe observar. Lo más interesante es quizás la forma en que Klein devela las intervenciones que Kossakovsky realiza sobre la realidad que filma. Agrega humo artificial en muchas de sus escenas, y así como puede mover una lechuga enterrada para que entre en el cuadro, también puede contratar un bulldozer para que ahora lo haga un río completo. Aquí la cinta entra en una vieja discusión respecto a cuánto se puede intervenir la realidad cuando lo que se filma es un documental, materia donde los documentalistas son mucho más relajados o “intervencionistas” que los críticos. Kossakovsky justifica sus intervenciones, ya que aparentemente es cuestionado en este tema, separando lo que es verdad de lo que es realidad, ya que una verdad, dice, puede conseguirse modificando la realidad. El tema daría para al menos un par de libros.
Respecto a su autonomía, es evidente que “Donde vuelan los cóndores” roba bastante del trabajo de Kossakovsky, de sus locaciones, de sus imágenes, de su tono. Con todo, hay en ella una libertad ejemplar. La película se plantea como una exploración, como una especie de apunte o borrador que no pretende ser definitivo. Ello le da cierto encanto, cierta levedad, la sensación de que no tiene un tema prefijado ni cerrado, sino que su tema es, de alguna manera, la misma exploración, la libertad de buscar, de dejarse llevar, de no amarrarse ni siquiera a lo que el mismo Kossakovsky afirma como fundamental. Tener esa soltura, pero al mismo tiempo no caer en un uso arbitrario de imágenes que caigan en la irrelevancia o en la intrascendencia, tiene también su mérito. En esta particular película todo, o casi todo, tiene su lugar, aunque no esté muy claro por qué.
“Donde vuelan los cóndores”
Dirigida por Carlos Klein
Con Victor Kossakovsky, Carlos Klein, René Vargas y el resto del equipo de ¡Vivan las antípodas!
Chile, Suiza y Alemania , 2012
90 minutos.