¿Es Héctor Tapia el hombre indicado? Blanco y Negro debe tener la respuesta muy clara para arriesgar a un auténtico hombre de la casa, sin mayor experiencia en la primera división que la de esta temporada, cuyo principal capital parece ser la indiscutible identificación con Colo Colo y una propuesta de juego que busca recuperar el espíritu extraviado hace varios años y la confianza herida de muerte después de sistemáticas campañas de fracasos.
Nadie puede negarle a Tapia la ambición de asumir en propiedad la dirección técnica de Colo Colo. No puede hacerlo el club, cuyos mandantes se encargaron temprana y tácticamente de promoverlo como el candidato prioritario; tampoco el plantel de jugadores, varios de los cuales se han manifestado partidarios de que "Tito" sea investido, y da la impresión de que los propios hinchas son los que están más de acuerdo con que el ex mundialista juvenil lo sea.
La composición de escena entonces se ve bien compleja de deconstruir porque cualquier otra decisión, como por ejemplo traer a un entrenador como Nelson Acosta o Jorge Pellicer, dos nombres que sonaron tras el derrumbe a mediados de este torneo, traería aparejado un ruido de incalculables decibeles al ya retumbante malestar del pueblo colocolino.
El modelo futbolístico de Tapia hasta ahora tiene sólo un parámetro para su evaluación, el del antecesor Gustavo Benítez, calamitoso proceso del que el técnico entrante también fue parte. En tal sentido, la referencia global es pobre, y en lo puntual lo hecho por Tapia al mando de Colo Colo no da para el asombro, aunque esa debilidad parece no ser un argumento de peso para los directivos. (Un buen ejercicio sería investigar cuál sería la cabal valoración dirigencial de no haber ganado el clásico ante Universidad de Chile.) Porque otros con un mismo o mejor rendimiento, como Luis Pérez o Fernando Astengo, no contaron con el apoyo institucional y debieron irse o regresar a las divisiones inferiores.
La validación que gana Blanco y Negro por promover un producto interno tiene un componente estratégico superior al riesgo de volver a fracasar. Si además se trata de un contrato ni demasiado caro ni muy prolongado, la apuesta directiva tiene un sentido lógico en su gestión estructural. El eventual futuro éxito de Tapia será leído como fruto de una política que fortalecerá lo deportivo sin tener que hacer un excesivo gasto económico como el de temporadas pasadas. Un revés, en tanto, le permitiría nuevamente administrar una eventual crisis sin enfrentar el desplome financiero ni las críticas de una hinchada que ha respaldado como pocas veces un nombramiento en la historia de la concesionaria alba.
El panorama de Tapia, más allá de su legítimo orgullo personal, es posiblemente más incierto. Desde ya tendrá que saltarse olímpicamente la enriquecedora etapa de promesa técnica en inferiores para convertirse en un entrenador de elite. La rigurosa capacitación que pudo tener deberá transferirla por la brutal competencia semanal. Y por si fuera poco, a corto plazo deberá acertar con los acotados refuerzos, conformar sin margen de error un plantel competitivo para pelear el título en el siguiente torneo, marcar la saludable distancia con el grupo de jugadores que hasta hace unos meses lo tenían más por amigo que por jefe, y entender que quienes lo querían por lo que representa como símbolo, ahora lo querrán por algo más terrenal: lo que logre ganar.