El incendio del Teatro Municipal obligó a que la Orquesta Filarmónica de Santiago se trasladara el martes al Teatro Caupolicán. La solución fue de emergencia, pero los resultados hicieron olvidar el infortunio pues la pianista lituana Muza Rubackyté, el joven director chileno Paolo Bortolameolli y la orquesta, más una acústica justa y suntuosa, se unieron para producir un excelente concierto.
El programa se inició con el “Preludio a la siesta de un fauno”, obra compuesta por Debussy sobre el poema homónimo de Stéphane Mallarmé. La composición, diáfana y voluptuosa, encierra una revolución larvada (“aquello que no se manifiesta abiertamente”), de profundas consecuencias, lo que ha hecho decir que el siglo XX musical comienza en 1894. Las funciones y direcciones del sistema tonal ceden ante las sonoridades y la conducción armónica maravillosamente ambigua de acuerdo con el elusivo simbolismo poético. La interpretación fue muy fina y Bortolameolli insertó su gestualidad en un continuo sin costuras, sin aspavientos en las subdivisiones del pulso y con generoso gesto expresivo. Una hermosa versión para un público absorto que se dejó encantar.
El Concierto Nº 3 para piano y orquesta, de Prokofiev, refleja claramente las características básicas de su estilo: lo motórico, el sarcasmo y el lirismo melódico eslavo. La solista campeó por sobre las temibles dificultades y, exceptuando algunos percances, exhibió un derroche de virtuosismo avasallador. Como para equilibrar tanta pirotecnia, ejecutó como encore un Lied de Schubert (“Tú eres la paz”), arreglado por Franz Liszt.
Múltiples conciertos en todo el mundo y ríos de tinta han corrido para conmemorar los cien años de “La Consagración de la Primavera”, de Stravinsky. En nuestro país, la Sinfónica de Chile ya había celebrado la efeméride, pero la versión de Bortolameolli demostró la permanente novedad de la obra en cada audición y lo estimulante que resulta apreciar las diferentes visiones que pueden tener los directores. Bortolameolli, dirigiendo de memoria y evidenciando un control total de la partitura, se reveló como un intérprete que está mucho más allá de ser solo una promesa. No hubo gesto desperdiciado y cada sonido y línea pareció filtrado por su férrea convicción musical.
El inteligente programa nos llevó de una revolución francesa incruenta pero enorme, a una explosión rusa decididamente trastornadora, todo esto de la mano de un director a quien cabe augurarle una brillante carrera.