Lo que duele de perder con Brasil es que quedan tan claras las distancias que casi no dan ganas de seguir jugando. Las diferencias con un oponente de mayor estatura casi siempre son un parámetro para poder avanzar, pero en algunos excepcionales casos (como los del martes) parece más práctico dejar que la naturaleza haga lo suyo y agradecer que el azar juegue a favor para que la suerte no sea tan oscura.
Brasil nos ubicó. No estamos en el techo del mundo futbolístico ni tampoco tenemos la consistencia de una potencia para poder competir de igual a igual con los superpoderosos. Chile es lo que es: un equipo emergente, con tres o cuatro individualidades excepcionales e irreemplazables, cuya jerarquía crece en la medida en que se dan las condiciones materiales y coinciden algunos factores culturales y otros de liderazgo. Pero sigue siendo un conjunto limitado de talentos que cuando baja su promedio de rendimiento, hace que la estructura se resienta de manera exponencial.
Nadie discute que se ha ganado en competitividad, que se ha crecido en imagen, que se han disminuido los márgenes de errores. Hoy se puede ir a discutir con varios argumentos de peso la supremacía de un segundo escalafón en el ámbito mundial, e incorporar a varios de nuestros jugadores en el primer mundo del fútbol. Pero ni aun así la selección tiene la capacidad de responder a las desmedidas expectativas que genera, porque se está lejos de dar el salto cualitativo que, por ejemplo, dieron en su momento Francia y España.
En lo puntual, aún quedan algunos meses para mejorar mecanismos, aunque pocos partidos en serio para probar nuevas fórmulas. Sí el reparto principal parece estar circunscrito a los rostros ya conocidos, lo que garantiza la tranquilidad de un piso futbolístico confiable y le resta incertidumbre al trabajo del técnico.
Queda igual en la retina la fría noche de Toronto, ante un rival inalcanzable, que hizo daño cuando quiso hacerlo, que ató de manos a los empeñosos artesanos chilenos con una fortaleza técnica, física y posicional abrumadora... que nos hace pisar tierra de nuevo. Y que, como si fuera poco, nos pone a pensar que será el azaroso sorteo de grupos, tanto o más que la calidad de nuestro equipo, lo que definirá el avance de Chile en el próximo Mundial.