En esta sexta temporada, “Los 80” vuelve a recuperar el encanto que la hizo en sus inicios candidata a inscribirse en la historia de la TV como la mejor serie de ficción local. Su magia no estaba en la ambición de querer contar una gran historia con impecable ambientación, sino que en la emoción que despertaba su capacidad para descubrir la íntima esencia de la chilenidad.
El éxito les permitió a los responsables de Wood Producciones y Canal 13 aventurarse en la recreación de la historia político-social del país a escala familiar, pero al avanzar los años de tiempo narrativo y de temporadas de emisión, los temas abiertos —que antes dividían o eran necesarios cicatrizar— se volvieron consenso general. Chile no es el mismo que empezó a conocer a esta familia en 2008 y ellos, desde su época ficcional, tampoco pueden soslayar el avance de la sociedad. Si la entrada de la mujer al mundo laboral y su impacto ya estuvo presente en una temporada anterior —y la mirada de género de entonces terminó apostando por la tradición— hoy se vuelve a instalar como una imperiosa necesidad de evolución.
La gran gracia de que Ana Herrera, en feroz interpretación de Tamara Acosta, haya decidido sacar a su marido del hogar luego de sufrir una agresión es el grado de riesgo que asume la producción. Por un lado, porque el mensaje que se terminará enviando a las mujeres que en pleno 2013 son víctimas de maltrato no es menor, pero por otro, porque el corazón de esta serie está precisamente en esa unión familiar.
No habrá salida fácil para este conflicto desatado por la insatisfacción laboral del hombre que ve a su mujer surgir donde antes fue él quien brilló. Y los textos que le tocan a Juan Herrera —en un intensamente inescrutable Daniel Muñoz— cumplen con la fidelidad y coherencia argumental que se le puede exigir a su biografía, desde el punto de vista del más leal espectador.
No sé cómo se pide perdón en una situación así”, le dice Juan a Ana. Y es la verdad; él, el eterno proveedor familiar, formado a su vez en la ausencia del padre, está determinado por la historia de un Chile que tiende a desaparecer. Su realidad no es la misma de la de un hombre en la actualidad. Tampoco debiera serlo la de su esposa, quien en otra escena notable se enfrenta al discurso de su madre abogando por la unidad familiar porque, mal que mal, ella es la mujer.
Esta sexta temporada es valiente, porque pone en el centro de la discusión una nueva sensibilidad, una fuerza tan arrasadora como la misma agresión, y que puede terminar incluso por amenazar su continuidad; si es que lo se busca es un buen final. Quizás la entrada de un nuevo director —Rodrigo Basáez— o la necesidad de los escritores de desafiar su propia zona de confort sean el motor que hay detrás. Pero lo más probable es que este nuevo giro no sea sino la expresión del incontrarrestable cambio social.?
Porque el gran mérito del sensible equipo de guionistas masculinos liderado por Rodrigo Cuevas es el de ser capaces, incluso desde la distancia de tres décadas, de hablar del Chile actual. Esta noche no habrá capítulo de “Los 80” porque, una vez más, hay mujeres aspirando al sillón presidencial.