Hemingway decía que hay que escribir de lo que uno conoce. ¿Será lo mismo para los directores de cine? “La chupilca del diablo”, película chilena recién estrenada, es el primer largometraje de Ignacio Rodríguez, joven director que con esta historia egresa de la escuela de cine de una universidad privada. La cinta supera, por lo pronto, holgadamente los territorios de un proyecto universitario y se para sola, con bastante propiedad, pero también con alguna que otra cojera.
La narración da cuenta de ciertos días en torno a la Navidad, cuando Eladio (Jaime Vadell), un viejo cascarrabias y enfermo que maneja una embotelladora artesanal de aguardiente en Estación Central, enfrenta la ausencia de su único trabajador y recibe a un nieto, Javier (Camilo Carmona), que necesita ganar algunos pesos. La cinta tiene el estilo reposado, algo clínico, que caracteriza al nuevo cine chileno y que suele recorrer festivales. Hay más primeros planos de lo habitual, pero el tono general es de observación neutral de los personajes y cierta distancia afectiva. Con todo, Jaime Vadell se muestra, una vez más, como un actor demasiado grande y borra toda distancia que la cámara o el montaje hayan intentado poner con su personaje. En sus manos, Eladio se convierte en un hombre golpeado, cansado, consciente de sus torpezas e ineptitudes como padre y abuelo, pero lúcido también para saber que está muy viejo para hacer nada a estas alturas de su vida. De manera parecida, trata tacañamente a su fiel empleado de años y recibe a su nieto a las patadas, pese a ser el único pariente que parece interesarse por él. Sin embargo, a través de los gestos, el tono de voz, los movimientos de su cuerpo y la manera en que suelta sus líneas, que no dejan de ser un exprimido de sentido común, escepticismo y franqueza, Vadell hace de Eladio un viejo duro, seco, árido incluso, pero respetable, que no anda con boberías ni hipocresías. Un buen bicho, al fin y al cabo.
La cinta alcanza un momento especialmente alto cuando junta a Eladio con el resto de su familia en la casa de una de sus hijas, con ocasión de la comida de Navidad. La sorpresa y reservado desagrado que muestran sus hijas y yernos en su presencia, el entusiasmo que todos ponen en hacer vista gorda de las diferencias con el fin de tener un rato agradable, el “cariñoso” abrazo de un tío a Javier que hace de preludio a la entrega de unos calcetines de regalo, todos son exquisitos pincelazos que dibujan a una familia de clase alta, no demasiado rica, donde Eladio, en lugar de ser el pater familia, es un ángel caído, una sombra que desaparece y que, para no perturbar a nadie, decide colarse por la puerta sin despedirse.
Y aquí volvemos a la certeza de Hemingway, otro viejo que no estaba para boludeces, ya que después de esa sabrosa secuencia, donde el retrato social es de una fineza escasa en el cine chileno, un lugar en el que la clase alta suele ser retratada como gente que almuerza con whisky, se acuesta con un whisky y poco menos que se lava los dientes con un whisky, la cinta se refugia en el día a día de Eladio, donde el hombre hace notables esfuerzos en producir y vender su aguardiente. Todo esto no está mal, pero tampoco demasiado bien, ya que allí la cinta comienza a perder su fuelle. La relación entre Eladio y Javier nunca despierta del todo, y la cinta se ve empantanada, sin que los detalles de la cotidianidad o del pequeño negocio logren moverla. Aquí uno tiende a especular que el director y los guionistas conocen mejor el pequeño zoológico en que se suelen convertir las reuniones familiares navideñas que los tejemanejes de la fabricación y venta de un licor artesanal. Puede ser. Con todo, “La chupilca del diablo” es un debut holgadamente promisorio de Rodríguez, que nos recuerda que para hacer películas, la experiencia no lo es todo.
La chupilca del diabloDirección: Ignacio Rodríguez.
Con: Jaime Vadell, Camilo Carmona, Eugenio Morales, Carmen Barros y Roberto Farías.
País: Chile, 2012.
Duración: 103 minutos.