Se debate con fervor la posible ampliación de los límites urbanos de Santiago, ciudad ya grande entre las grandes del mundo, y que concentra casi la mitad de la población de Chile. ¿Es necesario que Santiago siga creciendo? ¿Cuáles serían las consecuencias de seguir creciendo? ¿Hay alternativas? Algunos ven en la expansión territorial la garantía de expansión económica. “¡Se acabó el suelo en Santiago!”, suele reclamar el gremio de la Construcción, aunque sin disimular su apetito por el negocio inmobiliario desprovisto de consideraciones urbanísticas, como si eso no le competiera cuando levantan una torre de 30 pisos en medio de un barrio de casas. Ese poderoso gremio acumula una fuerte deuda con las ciudades chilenas, pues presiona permanentemente por las máximas rentabilidades imaginables, pero sin hacerse responsable del efecto perverso de esas presiones en la calidad de nuestras ciudades.
Hoy sabemos, sin embargo, que Santiago dispone de una gigantesca reserva de terreno construible dentro de su casco histórico: es el cinturón industrial de comienzos del siglo 20, en torno al ferrocarril urbano de Benjamín Vicuña Mackenna: enormes predios, muchos subutilizados. Se suma a esa reserva la edificación precaria y en baja altura en zonas de interés patrimonial, como Santiago Poniente y Matta Sur. Una densificación inteligente de estos barrios, con vivienda colectiva respetando la fachada continua y el comercio en la calle, ocupando intensamente los interiores de las manzanas coloniales y limitando las alturas hasta los cinco pisos sin ascensor, permitiría multiplicar por diez la vivienda existente, manteniendo intactos los atributos ambientales y culturales de esos magníficos barrios, por cierto sin necesidad de injertar a la fuerza el modelo de las torres de altura absurda, una al lado de la otra, como vemos hoy en ciertos parajes, unos verdaderos tugurios contemporáneos con densidades similares a Singapur, y que al primer signo de depresión económica se transformarán en infiernos comunitarios.
¿Se puede, entonces, limitar la expansión urbana? Curiosamente, no. Las ciudades islas o amuralladas, reales o virtuales, se convierten en las más caras del mundo por la escasez de suelo ante una creciente demanda. Es el caso de París, Manhattan, Hong Kong. Las grandes ciudades modernas crecen de manera permanente y se funden con otras; pero solo tendrán éxito en la medida que cuenten con excelente transporte, espacio público, oportunidades de trabajo, educación y salud uniformemente distribuidos en el territorio. Santiago, por lo tanto, antes de pensar en expandirse sin haber resuelto su equidad, debe renovarse hacia adentro, densificando con sensatez y sentido de futuro.