Universidad de Chile sufre. Con dolor, por la muerte de Luis Ibarra, un entrenador de sangre azul que dignificó la profesión, sin darle espacio a la frase hecha. Ibarra entendía el fútbol como una escuela de vida en la que se sembraba durante la competencia y se cosechaba tras el retiro. Siempre se lo transmitió a sus dirigidos; muchos de ellos le hicieron caso y hoy deben recordarlo con gratitud. Didáctico, como buen profesor, para explicar sus planteamientos; cauto en los triunfos y frío en las derrotas, y con un envidiable manejo de grupo. Con Ibarra se va un reflejo feliz de otra época, el del entrenador pedagogo, educado hasta cuando arreciaban las críticas, sin estridencias ni manierismos.
Universidad de Chile sufre. Con temor, por las amenazas que recibió Patricio Rubio luego de su opaco desempeño en la derrota ante Colo Colo. No es casualidad que el objeto de la intimidación sea un recién llegado al plantel, y es inquietante que hasta ahora sus compañeros no hayan salido a solidarizar como un solo cuerpo. Está claro que los barristas delincuentes de la U siguen operando organizadamente y que saben a quién intentar "apretar", ya sea por su inexperiencia o desprotección. Lo de Rubio no debe sorprender. Si aún sigue sin identificación el responsable del proyectil lanzado a Meneses en el clásico, que a la postre le significó al equipo marginarse de la lucha por el título, es claro que a muchos les interesa más resguardar a uno de la banda que los propios intereses del club. La reaparición de la delincuencia barrista en la U es un síntoma inequívoco del mal momento institucional.
Universidad de Chile sufre. Con vergüenza, por la errática conducta de su presidente, José Yuraszeck, quien reconoció públicamente que mintió y le pidió disculpas a Jaime Estévez. Lo hizo luego que todo el mundo se enterara de su falta a la verdad, y de una manera tan arbitraria como para no aceptar preguntas, con la inocultable intencionalidad de atenuar sus responsabilidades ante el Tribunal de Honor que deberá pronunciarse si cometió injurias graves. Si las concluyentes pruebas lo inculpan, el perdón obligado por las circunstancias que dio con su declaración debe entenderse solo como una maniobra que agrava la falta. Y que seguirá despotenciando su legítima autoridad al mando del club.
Universidad de Chile sufre. Con preocupación, porque en la cancha y al borde de ella también da señales de debilidad. Marco Antonio Figueroa suma decepciones y no da luces de que pueda, con el plantel de mayor jerarquía del fútbol chileno, consolidar un esquema de juego que otorgue solidez en el tiempo. La de este campeonato ha sido una U de minutos, ni siquiera de partidos y tampoco de jugadores. La inconsistencia defensiva se ha debilitado por la figura de un arquero que ahora ya no gana partidos solo. Si no es por la figura excluyente de Charles Aránguiz, la zona de volantes es un terreno sin propietarios conocidos, y en la línea ofensiva... ¿alguien puede definir quién debe ser un titular sin discusión? Así el estado de las cosas, solo un alza futbolística producto de la emergencia por salvar el año le haría a la U ganar la liguilla y darle oxígeno a un Figueroa ahogado por sus promesas y semienterrado por los resultados.