Para el conocido escultor colombiano Hugo Zapata (1945), “en cada roca hay un cello que hay que hacerlo sonar”. Y se compara el sonido de este instrumento de cuerdas con la voz humana. Además, añade el artista: “la roca es la memoria del hombre, de la naturaleza”. Precisamente, la piedra lutita constituye su gran material. En su mayoría negra, a esta sustancia sedimentaria de grano fino, apropiado para el pulido brillante, hace vibrar el antioqueño en su primera exposición entre nosotros. Así, en Galería Isabel Aninat, volúmenes abstractos y de belleza notable se hacen admirar por su esbeltez elegante, por su flexibilidad pétrea, por su pureza sensorial, por el sesgo personal de sus formas. Es más, la delicadeza y la simultánea tensión de sus superficies ponen en funcionamiento inmediato el sentido táctil del espectador. Sobre todo esto ocurre con las obras en formato circular o en las que tienden a serlo. Por ejemplo, las dos versiones de “Cuna”, en dimensión mayor y menor, ambas animadas por una hendidura exquisita en su canto superior; al mismo tiempo, de ellas se desprende un sutil aroma ancestral, acaso subrayado por incrustaciones naturales de fósiles.
Aunque por completo distintas de las anteriores y entre sí, también tenemos los “Tepuy 1 y 2”, verdaderos, genuinos ojos de agua que aluden argumentalmente al mundo precolombino y donde el segundo de ambos triplica su iris. “Nao”, por su parte, constituye una especie de bote arquetípico, evocativo símbolo mortuorio donde el curioso nimbo de sombra que proyecta la escultura sobre el soporte proyecta el efecto de aguas ante la mirada atenta del observador. Si el colombiano suele amalgamar armoniosamente la roca con el agua real o con una variedad de lutita de coloración cobriza, asimismo la ensambla con vidrio o le agrega el cromatismo de óxidos de hierro. Al primer caso corresponde, en primerísimo lugar, “Cordillera” y sus seis picos triangulares, segmentados por la fortaleza de una especie de astrales rayos azules. Pero esa concurrencia cristalina resulta capaz de recordar asimismo, en los trabajos verticales, totémicas figuras humanas o, al agrupar esos volúmenes, transformarlos en una “Cascada”. Las cinco “Flores”, en cambio, utilizan el óxido para teñirse ya de amarillo, ya de rojo.
En la misma galería Aninat está exhibiendo Loreto Buttazzoni pequeñas escenografías dentro de cajas. A través de una ventana circular vemos figuras de aves, insectos, flores y plantas, recordadas de papel y pintadas con puntos de color. Emergen como ilustraciones de idealizados cuentos infantiles. Menos atractivas resultan sus planas porcelanas blancas, que describen una iconografía más o menos semejante.
También en VitacuraSus conocidos libros troquelados son, una vez más, los protagonistas de Alicia Villarreal, en Galería Patricia Ready. De una artista de sus quilates esperábamos mucho más. Es que ahora nos entrega una instalación con tomos agrupados en cuadrados y rectángulos sobre el suelo y hermanados por el color rojo. Se busca hacer dialogar, compenetrarse el mármol amarillento del pavimento, con los discretos armazones de soporte y, en especial, con los libros mismos. Estos, sin embargo, y como era de esperarse, nunca pierden su fuerte identidad, produciendo el efecto de tratarse de una biblioteca, antes ordenada en sentido horizontal que metamorfoseada, a nuestros pies. Así, no se logra conseguir el desplazamiento exterior, la transfiguración y, ante todo, la violencia dialéctica que parece latir en las intenciones de la autora. Imaginamos, en cambio, esta instalación cubriendo por entero el piso de la amplia sala. Tampoco añaden demasiado al rango conceptual del conjunto los textos intervenidos sobre los muros. Eso sí, lucen más interesantes los paneles murales con libros cortados por la mitad, de coloraciones mucho más neutras y que incluyen collages por momentos.
Otra exhibición se agrega hoy a la anterior en Patricia Ready. Es de la joven escultora abstracta Elvira Valenzuela. Conocíamos sus trabajos en acero. En la presente oportunidad trata de unificar con ese material la piedra, pero el contraste resultante se vuelve extremo. De ese modo no consiguen avenirse, por lo menos en las actuales proporciones, la brillantez fría del metal y sus cortes perfectos con la calidez de la coloración granulosa de la roca, con sus bordes menos definidos. No obstante, el dinamismo imperante en cada pieza y sus bien dominadas facturas obligan a pensar que la autora daría lo mejor de sí misma, circunscribiéndose a operar cada material de manera independiente.