La tranquilidad no prima en la Alianza. Basta ver las encuestas para darse cuenta de que esta vez el partido está perdido.
Los más optimistas creen que no debiera pasar mucho. Que la Evelyn estará cerca del tercio tradicional de la derecha y que en la parlamentaria no va a ocurrir nada dramático. ¡Hasta puede haber segunda vuelta y —en una de esas— las distancias se acortan!
Los más pesimistas, con ambas manos aferradas al binominal, creen que Matthei estará más cerca del 20% y que se arriesgan doblajes en 10 distritos y hasta cuatro circunscripciones. Sería el “17N”, el verdadero tsunami de Bachelet.
Entre ambas alternativas se ubicará el resultado, aunque probablemente estará más cerca de lo segundo que de lo primero.
El día después se sacarán muchas cuentas. Se buscarán responsables. Se dirá que si Longueira hubiera estado bien de salud quizás habría sido todo distinto. Se apelará a la mala memoria del chileno y, fundamentalmente, se mirará a La Moneda buscando al verdadero culpable. Y en medio de las recriminaciones mutuas, necesariamente comenzará la travesía del desierto...
La pregunta que debe hacerse desde ya la Alianza, es cómo rearticularse. Cuál será su píldora del día después.
Lo primero que debe tener claro es lo obvio: nada es para siempre. Basta con recordar que el 93 ya vivió una debacle con Alessandri y en la elección siguiente Lavín estuvo a punto de ganarle a Lagos. Es cierto que pasaron 6 años y que hubo una crisis económica entremedio. Pero la Alianza, lejos de morir, se volvió a poner de pie con una “nueva derecha” —la derecha de Lavín— que permitió reencantar al electorado.
El problema es que la propuesta era de cartón piedra, como esos pueblos de las películas donde solo hay una fachada y un palo que la sujeta por detrás. El cosismo -populista de Lavín en cierta forma fue exitoso electoralmente, pero no le dejó nada al sector.
Hoy el camino tendrá que ser distinto. La Alianza necesariamente deberá aggiornar su discurso y reemplazar sus liderazgos. Deberá mostrar que es menos dogmática en lo económico, menos temerosa en lo político y menos conservadora en lo valórico. Si no lo hace e insiste en un discurso preconciliar, el divorcio con el electorado se incrementará.
Lo segundo que hay que tener claro es que “el día después” de la Alianza probablemente tendrá de “aliado” al propio gobierno de Bachelet, a quien no le saldrán las cosas fáciles.
La probabilidad de que ese gobierno conviva armónicamente con integrantes tan diversos es baja. La factibilidad de que se lleven a cabo todas las reformas estructurales, manteniendo el alto empleo y el crecimiento, es escasa. La perspectiva de que la calle se mantenga en calma, tras las altas expectativas generadas, es exigua.
Es de esperar que el gobierno sea exitoso y que a Chile le vaya bien. Pero analizando objetivamente el cuadro —una vez terminada la luna de miel—, la tarea se ve muy compleja. Pese a que este posible cambio en la dirección del viento beneficie a la derecha, apostar al fracaso de Bachelet sería riesgoso y contraproducente.
Finalmente, el último elemento se llama Piñera. Con más de 40% de respaldo, la Concertación tratará de dejarlo fuera de combate para evitar su amenaza futura. La “operación fideicomiso ciego” iniciada esta semana es parte de ello.
La mayor parte de la dirigencia de la Alianza no lo quiere, pero objetivamente es el mayor patrimonio que ostenta el sector. Ahora deberá ser el propio Piñera quien desde fuera del gobierno sistematice un nuevo discurso para el sector, más coherente con el siglo XXI. Aunque si insiste en hacer el negocio solo y no convoca a más socios, su probabilidad de éxito es baja.
Ahora a la Alianza sólo le queda esperar, tal como esos países que siguen la llegada de los huracanes por televisión. La esperanza es que a última hora no llegue, pero ello es poco probable. Lo importante, por lo tanto, no será sólo hacer el control de daños a tiempo, sino que —mucho más trascendental— será su capacidad de iniciar la reconstrucción a tiempo y de forma coherente.