Cuando uno ve “Drinking buddies” tiene la tranquilidad de que no todo está perdido para los adultos en el cine contemporáneo, de que aún quedan inquietudes en torno a la realidad, a las relaciones, al mundo cotidiano. “Drinking buddies”, que no se ha estrenado en Chile y puede que no se estrene tampoco, pero que ya debiera encontrarse online, nos recuerda que la herencia de Rohmer, Cassavettes, Bogdanovich, Blake Edwards, Mike Nichols y Woody Allen no se ha agotado, y que queda fuelle y razones, por estúpido que esto suene, para hacer películas sobre personas.
La premisa de “Drinking buddies” es tan sencilla que cuesta entender que no la hayamos visto cientos de veces antes: Kate (Olivia Wilde) y Kuke (Jake Johnson) son compañeros de trabajo en una cervecería independiente de Chicago. Se ríen y coquetean todo el día, sin embargo, cada uno ya tiene su pareja. El dilema es cotidiano, difícil de solucionar y presta todo el material para tener una película llena de incertidumbres. Su director, Joe Swanberg (1981), sin embargo, evita los extremos y esquiva tanto el drama pasional y grave, como la comedia de enredos. Atento a las dimensiones de su historia y de sus personajes, Swanberg los filma sin grandes aspavientos, cuidando los detalles del realismo, la coherencia de sus personajes y la vieja premisa de Renoir respecto a que cada cual tiene sus razones; o sea, no hay personajes patéticos, miserables ni fácilmente condenables, sino solo gente por descubrir, corazones por conocer.
Joe Swanberg, junto con Andrew Bujalski (“Mutual appreciation”) y los hermanos Duplass (“The Do-Deca-Pentathlon”), es una de las figuras más destacadas de lo que la prensa en Estados Unidos ha definido como el movimiento mumblecore, un término que remite a mascullar, a hablar con la boca medio cerrada, cosa que los personajes de estas películas hacen mucho, pero que en realidad es una manera sintética de describir películas de bajo presupuesto, con actores amateur y diálogos muy realistas que son o parecen improvisados. En general, se trata de películas de mucha observación, con personajes relativamente jóvenes, humor fino y muy atentas al territorio urbano en que se mueven, pero muy lejos de la mirada folclórica o turística. Sin mucho ruido, sin grandes declaraciones de principios, de una manera muy piola como sus propias cintas, este grupo de directores está creando un cuerpo interesante de películas —no puede dejar de incluirse “Funny Ha Ha”, “Beeswax” y “Cyrus”— que merece considerarse seriamente. No sería de extrañar que por aquí terminara por renovarse la industria.
“Drinking buddies”, de hecho, tiene actores profesionales y conocidos, una fotografía más cuidada y no califica de buenas a primeras como mumblecore. Guarda, sí, mucho de su soltura, de su relajo, de su poca ansiedad por llenar la historia de giros, vueltas de tuercas o escapes ingeniosos. Swanberg, a diferencia de Bujaski y más en línea de los hermanos Duplass, genera, sí, una atmósfera muy cálida, que no sacrifica la observación atenta y distanciada de sus personajes, pero que ayuda involucrarse afectivamente en el relato. El resultado es que entramos en una suerte de comedia romántica, pero sin griteríos, sin el mejor amigo gay o hetero que escucha todas las penas de amor, sin las carreras al final. Presenciamos, más bien, un conflicto soterrado, siempre a punto de explotar, un amor quizás imposible, donde la distinción entre lo “correcto” y lo “incorrecto” no está escrita en la pantalla, sino que será una decisión de cada espectador. No es una película hecha para cambiar la historia del cine, pero sí una joya escasa, como esa canción, ese libro o esa tarde de sol, relajo y buena compañía, que atesoramos y que, a veces —sin que podamos manejarlo—, se convierte en parte de nosotros.