"Para mentir y comer pescado hay que tener mucho cuidado", reza el refrán. Se refiere a que aquel que miente, pronto queda en descubierto. Sin embargo, el problema de hoy radica en que las técnicas comunicacionales, minuciosamente estudiadas por la publicidad comercial, sumadas a la amplitud de cobertura de los medios y de las redes, permiten difundir y reiterar las mentiras hasta presentarlas como verdades obvias.
La mentira es un engaño. Tan sencillo como eso. Sin embargo, no siempre es fácil detectarla y, menos aún, denunciarla. La misma lengua se presta para ocultarla. La explicación de esta palabra que entrega el diccionario de la Real Academia Española constituye un ejemplo para la antología de la mentira, al difuminar su definición hasta dejarla inocua.
Este último tiempo se ha prestado para este ejercicio con motivo de los 40 años del Once. Hay que reconocer que han armado una confusión magistral entre el golpe y el gobierno militar, pretendiendo deslegitimar al primero y denigrar a quienes contribuyeron decisivamente para dotar al país de una institucionalidad que nos permitió superar largamente la postración anterior. La coincidencia con la campaña presidencial ha permitido amplificar este fenómeno comunicacional. Y pareciera que la buena situación económica facilita el hecho de falsificar la historia. Como se trata de un asunto intangible, que no afecta en lo inmediato al bolsillo ni a lo cotidiano, es más difícil que se genere una reacción. No es la primera vez que vivimos esta situación. La Independencia y la negación de nuestros orígenes constituyen un grueso antecedente. Y se podrían citar otros ejemplos.
En Argentina y en Venezuela, sus gobiernos se han empeñado también en mentiras para justificar su revolución o su modelo, con el resultado de que ambos países se han empequeñecido. La diferencia radica en que en ellos se ha deteriorado conscientemente la economía, como medio para alcanzar sus metas y mantener el poder. Y eso trae un malestar material que despierta más rápidamente una reacción popular, a la vez que señala con más claridad un camino de rectificación.
Al comer pescado uno se puede atragantar y quedar con riesgo vital. Las mentiras son espinas que aparecen más tarde como un veneno en el alma que despotencia a las personas y a las sociedades que así se han alimentado. No hay que confundirse: el subdesarrollo no es un asunto de crecimiento material, sino una enfermedad del alma cuyo origen ya no es posible desconocer.